domingo, 17 de agosto de 2025

PRIVILEGIO FLACO Y EL BODY SHAMING FEMINISTA

Magdalena Piñeyro


La falta de perspectiva antigordofóbica en cierto sector del feminismo me tuvo varios días con unas impetuosas ganas de quemar mi etiqueta feminista. Hoy, después de andar respirando profundo y contar 1, 2, 3… hasta un millón, me decidí a escribir para quienes quieran leer sobre causas y conclusiones de mi enfado. Una, además de grasa, desborda pedagogía… así que allá vamos. 



Hace unos días, Cristina Fallarás compartió un artículo llamado “Publicar la foto de ellos, cambiar el foco” en el que analiza y apoya una nueva tendencia de redes sociales consistente en hacer body shaming* o humillación corporal a los hombres que comentan los cuerpos de las mujeres en las fotos de éstas. La técnica consiste publicar imágenes obtenidas de sus perfiles que muestran sus caras fofas, sus cuerpos panzones, su aspecto desaliñado o su calvicie, con el objetivo de reírnos nosotras de ellos, exponiendo que no están “a la altura estética” de sus comentarios y exigencias hacia una Pamela Anderson o una Nelly Furtado. En este mismo artículo, Fallarás comenta además que le “encantaría publicar la foto del médico obeso que, ante cualquier problema de salud nos dice que lo primero es perder peso”


Por otro lado, la ilustradora Moderna de Pueblo, apenas un par de días después, publicó una viñeta denunciando la hipervigilancia que sufren las mujeres sobre sus cuerpos tras internalizar la mirada masculina que las objetiviza y las tiene hundidas en una feroz autocrítica de cada centímetro de su ser. Para exponer este hecho se sirvió de una comparativa con los hombres gordos que, según ella, no sufren por sus cuerpos, pues “se la suda todo” y se pasean desnudos, comiendo tranquilos delante de cualquiera. Eso sí, en esta viñeta, inspirada en la anécdota de una fiesta de piscina a la que ella asistió y acabó hablando con un hombre gordo que mientras conversaban se golpeaba en la panza, la autora omitió algunas cuestiones que sí relató en su podcast “2 rubias muy legales”**. Cito frases textuales: “Un barrigón así [hace gesto de barriga grande]... ¿Cómo puede tener tanta autoestima esta persona que está comodísimo con el barrigón?... Y la operación barrigón ¿qué? [respecto a la operación bikini]... Si a mí el tío este, además de hacer así [golpea su vientre] me llevaba “fardapaquetes” [un bañador muy pequeño] yo cojo y digo: ‘Me voy. Estoy comiendo.’ [risas]”. Poco que añadir, salvo que espero que el muchacho de esta historia no escuche ni lea nunca esto.


La cuestión es que aunque me duela y arda troya en mi interior cada vez que identifico gordofobia en contenidos feministas, como sucede en estos dos casos, intento recordarme luego que nadie nace sabida, que todas estamos (des)aprendiendo en este camino en el cual partimos de ser gordofóbicas, pues vivimos en sociedades que lo son. Por eso, y aunque no negaré que me llama poderosamente la atención que feministas formadas, referentes, que llevan años en esto, sigan creando contenido profundamente gordofóbico, volveré a explicar punto por punto lo que está pasando con el feminismo y la gordofobia, porque parece que no nos aclaramos, compañeras.


LA GORDOFOBIA Y LA VIOLENCIA ESTÉTICA


Definimos la gordofobia como la discriminación que sufrimos las personas gordas por el hecho de ser gordas. La gordofobia constituye una violencia estructural que afecta por completo la vida de las personas gordas, vulnerando su integridad física y psíquica, impidiendo el acceso a derechos básicos y condenándoles a la marginación y exclusión. Aunque toda la población tenga interiorizado el miedo a engordar (algo normal en una sociedad gordofóbica), el sujeto oprimido de la gordofobia somos las personas gordas. TODAS las personas gordas, sin excepciones***. 


Por otro lado está la violencia estética, que fue definida por la socióloga Esther Pineda como un tipo de violencia que sufren las mujeres en las sociedades patriarcales, las cuales establecen la belleza como un elemento constitutivo de la identidad femenina. La belleza es considerada por la autora una cuestión de género que atraviesa la vida de las mujeres hasta tal punto de considerarse nuestra cualidad más significativa o importante, el elemento más valioso a adquirir. Su búsqueda supone una gran inversión de tiempo, recursos y energía, y en ello se nos va la vida como un conejo detrás de la zanahoria, de forma infinita e inalcanzable, pues su regla principal es que nada de lo que hagas y consumas pueda llenar el agujero que deja en tu autoestima la comparación constante con un canon casi imposible.  Un canon que es delgado, blanco, joven, cisheterosexual y sin discapacidad, es decir, que se encuentra imbricado en las múltiples opresiones, generando especificidades según el lugar que ocupes en los distintos ejes (racismo, edadismo, capacitismo, LGTBIQA+fobia y gordofobia). Como bien sabemos no es lo mismo ser blanca que negra, ni cis que trans, ni flaca que gorda… Sin embargo, el hecho de que la delgadez sea una exigencia sine quan non de la belleza ha hecho que numerosas feministas confundan gordofobia con violencia estética, y pierdan el norte hasta creer que la gordofobia es exclusivamente una cuestión de género, un padecimiento sólo de mujeres. No son pocas las referentes feministas que, cuando las gordas denunciamos gordofobia, repiten una y otra vez el mantra “la belleza nos afecta a todas por igual”, y no fueron pocas tampoco las que frente al acoso sufrido por la humorista Lala Chus tras el anuncio de su participación en las Campanadas de TVE, insistieron en que “no era gordofobia sino machismo”.


ERROR. 


Las especificidades de género en cuanto a la belleza existen, pero eso no significa que las mujeres flacas y gordas tengamos la misma experiencia corporal, ni mucho menos que los hombres gordos no sufran gordofobia debido al tamaño de sus cuerpos, como señala Moderna de Pueblo en su viñeta, mientras ella misma incurre en comentarios gordofóbicos hacia un hombre gordo. 

Repito: la gordofobia es una discriminación que sufrimos las personas gordas por el hecho de ser gordas. Y sí, tiene especificidades de género, por supuesto. Nadie lo niega. Aquí les comparto algunas de las que hemos identificado: 


  1. Para que un hombre sea considerado gordo debe tener más kilos que una mujer. El canon de la delgadez es más pequeño para las mujeres que para los hombres. Por eso, cuantitativamente sufrimos la gordofobia más mujeres que hombres, aunque esto no tiene por qué derivar en grandes diferencias cualitativas una vez que el hombre ya es categorizado como gordo. 

  2. Ciertas gorduras masculinas tienen “passing” patriarcal debido a que el canon corporal masculino (cisheterosexual y binario) establece como elementos positivos la fuerza y la grandeza, mientras que de las mujeres se espera que seamos chiquititas y delicadas. Sin embargo, este marcaje de género de la “grandeza corporal” adquiere otras especificidades en los casos de personas queer, trans, no binarias, cisgays y lesbianas, algo que aún se está investigando y teorizando.

  3. Conocemos más de la gordofobia femenina que la masculina debido a que la educación patriarcal y sus presiones de género empujan a los hombres a asumir la ridiculización y discriminación de sus cuerpos sin quejarse, a vivir todo esto en soledad y silencio. Mientras las gordas hemos tomado la voz, creado teoría, arte, divulgación, a ellos les está costando romper el dictamen patriarcal que sentencia que “los hombres son fuertes, no son sensibles, no lloran Y NO SE QUEJAN”. 


Los hombres gordos que se están atreviendo a hablar, y sus seres queridos que también denuncian lo que les hacen, relatan experiencias de gordofobia médica, laboral, callejera, cultural, entre otras, igual que las mujeres gordas: “Si esta chica [Moderna de Pueblo] supiera lo que he llorado por mi cuerpo”. “Soy maestra. Este año un niño gordo de ocho años no vino a la excursión porque íbamos a la playa y no quería quitarse la ropa”. “Mi hijo de diez años no se quita el abrigo porque no le gustan sus brazos”. “Yo tengo grabado en mi memoria cómo mi familia le tocaba la barriga a mi padre y le preguntaban para cuándo esperaba el bebé”. “Mi hijo adolescente lo pasa fatal por los comentarios de sus amigos”. “Soy profesional especializada en TCA, estos últimos años ha aumentado muchísimo el número de pacientes hombres”... Y así, decenas de mensajes me llegaron cuando pregunté por la gordofobia masculina en mis redes sociales. 


Es señalable también que todas las personas gordas nos enfrentamos a la invisibilización o anulación de nuestras voces a través de la deslegitimación corporal: ¿cómo que es una nutricionista y es gorda? ¿qué ejemplo y educación va a dar un padre gordo? ¿cómo que el profesor de educación física es gordo? ¿Cómo que una gorda es ministra de sanidad? La moral gordofóbica nos lleva a asociar el cuerpo gordo con un “mal humano”, un “humano inferior”, repercutiendo en lo que Iris Marion Young llamó “carencia de poder” y Spivak la incapacidad del habla del “subalterno”. La negación de nuestro derecho a existir implica la negación de nuestro derecho a hablar. Nuestro cuerpo deslegitima lo que somos y decimos. Por eso la gente tiene mayor disposición a escuchar y creer a una persona delgada que denuncia la gordofobia que a una gorda. Y por eso Cristina Fallarás en su artículo pudo vencer al médico gordo poniendo el foco en su cuerpo, en lugar de esgrimir argumentos que desmontaran los consejos gordofóbicos que él le había dado. Que sea gordo es suficiente para que él pierda la batalla frente a ella. 


Pero, ¿por qué hacen esto Fallarás y Moderna de Pueblo? ¿por qué no van estas feministas a hacerle body shaming a los hombres fitness, por ejemplo? Sencillo: porque no pueden. En body shaming no es binario, y al igual que en la violencia estética, no solo cuenta el género, sino todos los atributos corporales, sus respectivos ejes de opresión y su relación con el concepto de belleza hegemónica. Dado el caso, en la escala corporal un hombre blanco flaco fitness está por encima de ellas (que son mujeres blancas delgadas pero no atléticas), mientras que un hombre gordo siempre estará por debajo de ellas en esta escala, a pesar de ser hombre (Virgie Tovar explica muy bien cómo la gordura conlleva pérdida de privilegios masculinos en su artículo “Los hombres gordos son una cuestión feminista”). La cosa siempre es más compleja de lo que parece, pero sin lugar a dudas es la jerarquía la que habilita la capacidad de humillación y burla. Jamás podría ponerse en práctica este tipo de venganza contra quien esté por encima y no por debajo, pues se carece del poder de hacerlo.


En resumen, esta herramienta (el body shaming) sólo puede ser utilizada por mujeres cercanas al canon estético contra hombres que estén lejanos a él. Pero jamás servirá contra hombres que estén cercanos al canon estético ni a mujeres que estamos lejos de él, pues su legitimidad y efectividad depende de la jerarquía y el poder.



EL PRIVILEGIO FLACO


Va a ser duro para muchas feministas flacas leer esto, pero tengo que decirlo: en cuanto a experiencia corporal, yo tengo mucho más en común con mi padre, un señor gordo cisheterobásico, que con una mujer flaca feminista. Mi padre sabe qué se siente que no te quepa el culo en un asiento de bus, que un médico se niegue a atenderte por tu peso, que te cueste encontrar ropa de tu talla para trabajar, que la gente se burle del gran espacio que ocupa tu cuerpo, vivir con esta sensación de que no tienes derecho a existir así, gorde. Una feminista flaca no tiene ni idea.


Y con esto no quiero abrir brecha, sino un cuestionamiento que considero fundamental para seguir transformando esta sociedad hacia un mundo en el que quepan todos los mundos, y también todos los cuerpos.  


Me parece problemático que una feminista cercana a la hegemonía corporal se burle de un tipo de barrio, de un calvo o de un gordo sin pensar en las compañeras calvas, gordas y de barrio que están leyéndolas o escuchándolas. Y me parece igual de problemática la utilización de la humillación de los hombres como herramienta de venganza feminista, tanto así como la negación constante de la gordofobia masculina, cuestiones que considero se encuentran íntimamente ligadas a la falta de interseccionalidad y a una resistencia rotunda de las feministas a reconocer sus privilegios. 


Por un lado, están negando la realidad de la gente gorda “adueñándose” del relato de la gordofobia bajo la etiqueta de “a todas las mujeres nos afectan los cánones estéticos por igual”. Poner el género por encima de todas las demás opresiones sirve de estrategia para esquivar el hecho, y no hacerse cargo, de que ostentan muchos privilegios respecto a las demás mujeres del mundo, y en concreto, en cuanto al eje de la gordofobia, un privilegio flaco respecto a las mujeres gordas, a las personas no binarias gordas y también (y lo que más les cuesta reconocer) respecto a los hombres gordos.  


Por otro lado, su búsqueda de venganza a través del body shaming me recuerda a ciertas dinámicas del feminismo blanco, criticado por compañeras antirracistas y anticolonialistas como Rafia Zakaria. En su obra “Contra el feminismo blanco”, la autora señala la preponderancia del factor género sobre la raza y la clase social que propone este tipo de feminismo, cuya meta no es la liberación de todas las mujeres, sino privilegios para unas pocas. En este indivisible mundo capitalista-racista-patriarcal, el sujeto se define a través del poder, la jerarquía, la propiedad y la dominación de personas y territorios, y el feminismo blanco, en lugar de cuestionar este sujeto lo que aspira es a igualarse a él. En este sentido, su propuesta es alcanzar la igualdad ascendiendo a la categoría de sujeto, es decir, ser y hacer como ellos, sin desmontar su altar ni las reglas que rigen este mundo que crearon. El feminismo blanco logra su meta, pues, repitiendo el patrón: poder y dominación sobre quienes están debajo. Y convengamos que por debajo de una mujer euroblanca, delgada, cisheterosexual, de clase media o alta, y sin discapacidad, hay muchísima gente. Y es justo sobre esta gente, sobre la que el feminismo blanco puede aplicar la herramienta de “la venganza” a través del body shaming, si tenemos en cuenta que -como decíamos antes- es la jerarquía la que lo posibilita. Así, una herramienta que a primera vista quizás nos parezca revolucionaria, puede estar reproduciendo más machismo y violencia estética de la que creemos.


Sé que más de una me estará leyendo pensando “qué pesada”. Otras pueden estar dolidas por el señalamiento de privilegios (sé por experiencia propia que escuece). Después de 15 años de lucha feminista yo también certifico que a veces estoy HARTA de que sea un movimiento tan crítico, tan duro, en permanente deconstrucción y reconstrucción. Pero creo, a su vez, que ese es su principal potencial, y que es importante que nos sigamos preguntando: ¿qué feminismos queremos?


Porque yo hace tiempo que reniego de este feminismo blanco que me enseñaron en la universidad y que muchas veces, inconscientemente, puse en práctica con mis colectivas feministas. Yo quiero un feminismo gordo e interseccional que, lejos de buscar igualarse al hombre blanco reproduciendo sus jerarquías y sus violencias, apueste por romper toda relación de dominación para que todas seamos libres. Todas. Todes. Todos.


Y ojo, que cuando hablamos de feminismo blanco no hablamos de un color de piel sino de un modo de pensar y hacer, compañeras. Según Zakaria “Para ser feminista blanca no hay que ser blanca, y también es perfectamente posible ser blanca y feminista, y no ser feminista blanca”. Así que desde acá, sean ustedes, o no, blancas y/o flacas, les extiendo mi invitación a que repensemos nuestras dinámicas y herramientas, que dejemos de reproducir violencias entre nosotras, que tomemos conciencia respecto al feminismo flaco-blanco que tenemos interiorizado y lo abandonemos en masa. Que seamos, como diría mi querida Leuryck Valentín, no aliadas, sino traidoras de la norma corporal. 


Un, dos, tres. Pica por mí y por todas mis compas.

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*Body shaming: frase anglófona que señala la humillación o “avergonzamiento” que se hace de una persona debido a su cuerpo. También se utiliza “fat shaming” que se refiere al caso en que se ejerce sobre una persona gorda debido a su peso. 

** Fuente del podcast: “2 Rubias muy legales. Temporada 2, episodio 4. Título: “Operación Bikini”. Información aportada por la activista gorda Naima Busquets.

*** Pueden leer más sobre la gordofobia como sistema de opresión en mi libro “Stop Gordofobia y las panzas subversas" que está de libre descarga aquí: https://www.academia.edu/40409060/Stop_Gordofobia_y_las_panzas_subversas