¡Qué locura! ¡Qué locura en la ciudad!
¡Tu cultura me la paso por aća!
La Tabaré.
Acabo de leer una nota en El País sobre la apocalipsis tecnológica, y me ha recordado a tantas otras notas y conversaciones presentes en mi vida en torno al eterno debate sobre las tecnologías, el móvil y la militancia política, la mayoría de ellas igual de apocalípticas que la nota del citado periódico.
La fotografía del centro del debate es la imagen de unxs niñxs mirando su móvil en lugar de mirar a Rembrandt (y no quiero ni entrar en el debate de por qué es una obligación admirar a Rembrandt si todo documento de cultura es documento de barbarie). Observando la fotografía, creo por fin que 1) lo de "apocalipsis" es una exageración y que la reflexión en torno a ella implica una contradicción interna, y 2) creo que es necesario dejar de demonizar a las tecnologías.
En cuanto al primer punto, la contradicción incurre cuando se da a entender que la preocupación del ser humano por la inmortalización de los momentos es actual y está relacionada con el móvil. Se quejan de que todo el mundo mira el móvil, y ofrecen a cambio que todxs miremos a Rembrandt, en una jerarquía elitista de las producciones culturales marcadas por el tiempo.
La mayoría de las personas dramatizan esto de las tecnologías, y se tiran
de los pelos hablando del acabóse de las conversaciones y las
relaciones humanas conocidas hasta ahora, sin embargo, creo que hay algo más profundo
en todo esto, y que ni siquiera Rembrandt escapó a ello. Es algo que está ahí desde el inicio de la escritura, de
la pintura o la fotografía (y hasta en la obsesión por reproducirnos)...
esas ganas de inmortalizarnos de alguna forma, de inmortalizar
algo nuestro (cara o pensamiento) entre tanto devenir, que alguien sea
testigo de nuestra diminuta existencia, sentirnos menos solxs, menos
hormiguita, menos nada de lo que somos... dejar un granito de arena
en/para otra persona... tener la tranquilidad de que en el futuro
alguien lea mi nombre, mire mi cara, y no esté yo del todo muerta. ¿No es acaso lo que hizo el propio Rembrandt, quien tiene cerca de veinte autorretratos?
Yo no lo llamaría apocalipsis... más bien egolatría existencialista.
(Y sirva este blog de ejemplo).
(Y sirva este blog de ejemplo).
Por otro lado, en cuanto al segundo punto, creo que debemos asumir que el problema no es la tecnología, sino la perspectiva o interpretación que el propio ser humano le da a la misma.
Ayer mismo fui a un concierto de rock y el cantante de la banda empezó a despotricar sobre la tecnología, la música electrónica, el rap y las redes sociales que no son más que control social. Me dio mucha risa... su guitarra también es tecnología; yo estaba ahí porque me enteré de su concierto a través de una red social; y donde yo vivo el rap es uno de los estilos con más contenido revolucionario... ironías de la vida.
Fot: Gijsbert van der Wal |
Dice la nota de El País que el escándalo empezó, en cierto modo, por esa fotografía de lxs niñxs de 11 años, que en lugar de mirar un cuadro de Rembrandt, estaban mirando sus móviles. Y confieso: yo a veces también soy una niña de 11 años pasando de todo enganchada al móvil.
Y es que lo cierto es que me engancho en internet, porque en ella he aprendido muchísimo
sobre feminismo y he logrado encontrar vías de expresión y comunicación extraordinarias e inmediatas: blogs, periódicos y revistas webs; grupos y páginas de redes sociales; música y películas gratuitas, fuentes infinitas de pdfs (trans)feministas, socialistas, anarquistas, antiespecistas...
Seré sincera: yo no sería la misma sin haber leído mil veces a Píkara Magazine, Mujeres en Red, Todas Somos Yoko Ono, Memes Feministas, Feministas Ácidas, Gorda!Zine y las notas de Beatriz Gimeno, Alicia Murillo, Filósofa Frívola o Brigitte Vasallo (¡y vaya que si son diferentes!); no se me hubiera roto el cerebro en mil pedazos sin las publicaciones sobre identidades de Frieda Frida Freddy y sobre sexo de Doctora Glass; no hubiera tenido acceso al posporno (wow!); no hubiera escuchado nunca a Perra Vieja, a la Furia, a Boca de Baba, a Griotte Wornos, a las Krudas Kubensi y a tantas otras creadoras feministas que ya son la banda sonora de mi vida...; y por supuesto: jamás hubiera crecido tanto ni curado mis propias heridas personales sin el trabajo que hacemos Carlos Savoie y yo en Stop Gordofobia.
Los cambios se ven y se sienten, y hablo de mí porque no me atrevo a hablar en nombre de nadie más, pero estoy segura que son muchas las que estarán de acuerdo en esto conmigo: hemos crecido y seguimos creciendo.
Walter
Benjamin estaba en contra de las novelas por ser libros muy
largos que nos dejaba absortxs en una experiencia individual, a diferencia de otro tipo de creaciones literarias más cortas que permitían la experiencia colectiva, y con ello, una experiencia que él consideraba menos burguesa o más revolucionaria (a fin de cuentas siempre se ha achacado a la falta de conexión entre el proletariado la demora de la revolución soñada). Adoro a Benjamin, y tengo el mismo amor y nostalgia que él por lo "antiguo", pero está claro que se equivocaba y nos equivocamos al
analizar la tecnología de esta forma. Creo que el problema no está en la tecnología sino en nosotrxs, en saber utilizarla a nuestro favor, tal como -a mi modo de ver- ha logrado hacer el feminismo.
La tecnología ofrece oportunidades (ya lo hicieron la imprenta y la fotografía; ahora lo hace internet). Pero está en nuestra mano aprovecharlas o no, y romper por fin con ese standby de "todo tiempo pasado fue mejor".
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