lunes, 10 de junio de 2019

Salvador Sostres: un gordo y dos armarios.

[Magdalena Piñeyro]

El viernes 7 de junio me llegó un mensaje del último gordo de la faz de la Tierra que esperaba que se pusiera en contacto conmigo: Salvador Sostres. Me comentó que estaba escribiendo para el ABC sobre mi libro “10 gritos contra la gordofobia” y que quería entrevistarme ese mismo día. “Dios me pille confesada”, pensé. 

Lamentablemente, mi vida laboral no se adapta a los ritmos frenéticos de los periodistas y sus medios de (in)comunicación, por lo que no pude hablar con el susodicho escritor. Sentía, de todas formas, que daba igual lo que tuviera para decir: no sé cómo, pero Sostres había dado conmigo y con el activismo gordo, y seguro iba a por nosotros. Casi lo podía ver con el hacha afilada en mano dándole al teclado.

Sin embargo, resultó que estaba un poquito equivocada. Grata fue mi sorpresa cuando otro periodista me envió el artículo y me encontré con que Sostres había usado apenas un cuchillito de margarina contra nosotros. Todavía no sé si sentirme halagada u ofendida, es el tipo de contradicciones que genera gente como él, pero quiero pensar que nuestro activismo le removió algo adentro del niño gordo que estoy segura que fue.

En cualquier caso, me pareció oportuno compartir algunas cuestiones respecto a su texto que, a mi modo de ver, hace aguas. Conste que lo que él exponga sobre mi persona en concreto me la refanfinfla, pero a través de mí se está metiendo con un activismo que llevamos a cabo miles y miles de personas gordas en todo el mundo, las cuales no sólo estamos hasta el gorro de que intenten callarnos con la excusa de la salud, también estamos hartas de ser el hazmerreír en el grupo de amigos, marginadas del mundo productivo, excluidas del mundo sexoafectivo, invisibilizadas en la cultura, acosadas en el colegio e insultadas en la calle. 


Cifras y falacias de autoridad

Se conoce como “falacia de autoridad” aquel argumento que se intenta hacer pasar por verdadero sólo porque quien lo emite tiene autoridad. Es utilizado, sobre todo, cuando el argumento en sí mismo carece de ella. Para jerarquizar mi voz frente la autoridad médica, Sostres obvió información sobre mí (mi formación académica, mis investigaciones, mi activismo) para poner por encima de mí a una doctora que él define como experta en dietética y nutrición. Tal doctora comete el atrevimiento de hablar por todos sus pacientes aseverando que trata a diario con personas gordas “y no viven ese odio ni esa humillación”, una afirmación que es sólo su opinión, no su ámbito de conocimiento, y que carecería de cualquier respaldo de no ser por que él la cita como “doctora”. Dudo, entonces, que sea una fuente fiable de información e invito a sus pacientes, por cierto, a quejarse de que hable por ellos o en su nombre. Por otro lado, y a diferencia de la citada doctora, yo no he conocido ni a una sola persona gorda que no haya sufrido gordofobia, y mi afirmación está respaldada por la comunidad STOP Gordofobia, donde ya somos más de 75.000 personas denunciando experiencias de odio y humillación.

La excusa de la salud... otra vez

Me esperaba algo más original, la verdad. La excusa de la salud está más vista que la Sagrada Familia en Barcelona. Pero nada, toca una vez más dejar claro que desde algunos activismos gordos insistimos en separar una cosa de otra por varios motivos, aunque por no extenderme aquí dejo sólo tres: 

1) Los orígenes de la gordura no sólo tienen que ver con la alimentación (medicaciones, tratamientos, enfermedades, etc. también causan cambios en el peso corporal), por lo tanto no siempre está en la dieta ni en la voluntad el cambio, pero sí puede estar en nuestra voluntad cuidar de nuestros cuerpos más allá de que bajemos o no de peso con ello.

2) La discriminación no es un aliciente de cambio, más bien al contrario, nos hunde la autoestima, nos dirige hacia la autodestrucción y borra toda posibilidad de desarrollarnos plenamente, así como de tomar buenas decisiones sobre nuestros cuerpos.

3) La gordofobia vulnera nuestra salud, nos enferma mentalmente y supone un prejuicio en la consulta médica que, en muchas ocasiones, acaba provocando errores en los diagnósticos y mala praxis médica (hemos recogido muchas denuncias en Stop Gordofobia y también existen numerosas noticias al respecto; dejo un ejemplo por aquí:https://sevilla.abc.es/andalucia/malaga/sevi-mujer-obesa-tras-gemelas-sin-detectara-embarazo-201710261548_noticia.html

Fuentes y victimismo

Es curioso el formato del artículo de Sostres, basado en otros artículos periodísticos en los que se me menciona y/o entrevista. Con esas fuentes de información no hubiera aprobado ni una asignatura de mi carrera. Quiero creer que quizás si hubiera tenido menos prisa y hubiera podido acudir a fuentes fiables de información sobre gordofobia (como la infinidad de testimonios de gente gorda en la web, mi investigación u otras que denuncian la citada discriminación, textos que apuntan a sus orígenes, raíces, justificaciones, estructura, mecanismos de actuación, espacios sociales de incidencia, etc.) se habría percatado de que no tiene sentido abogar -como hace en el cierre de su artículo- por la "no humillación de la gente gorda", sin complejizar ni analizar antes la situación, sin politizar la exclusión, estigmatización, patologización y medicalización de su cuerpo, del mío, y de todos los cuerpos gordos. ¡Ojalá todo fuera tan fácil como decir “no humillemos a los gordos”! Pero la excusa de la salud (que él defiende) va de la mano con la humillación de la gente gorda (que él detracta), la primera posibilita la existencia de la segunda.

Lo cierto es que aquello que sostiene la gordofobia es histórico, sociocultural y mucho más profundo y complejo que esa frase simplona, insulsa y carente de responsabilidad que él espeta. Y lo digo desde el hartazgo, no desde el victimismo. Sostres apunta que soy débil por refugiarme en el victimismo y convertir mi problema en mi orgullo, en lugar de insistir en el esfuerzo por mejorar y lograr mis retos, según él, adelgazar. (No)Lamento decepcionarle en cuanto a mis retos personales, pero la verdad es que no está en mi lista de intereses bajar de peso ni renunciar al placer de la comida ahora mismo, y no me cabe la menor duda de que uno de los principales retos de mi vida ha sido construir colectivamente la fuerza interior necesaria que me permite levantarme todos los días de la cama y vivir en una sociedad que grita a pleno pulmón que es mejor estar muerta que ser gorda... que ser yo. 


Los dos armarios de Salvador Sostres 

Las personas gordas tenemos dos armarios en los que nos enconden y escondemos. Uno de ellos consiste en no autodenominarnos gordas, en huir de esta palabra, pues ser gordo/gorda/gorde es considerado un insulto en la sociedad gordófoba. El otro armario consiste en sentir vergüenza de ser quien eres, pues la sociedad gordófoba aplaude tus esfuerzos por modificar tu cuerpo y premia que desees hasta el día de tu muerte haber habitado otra piel. Sostres rompió su primer armario empezando su artículo con un “Yo soy un gordo”. Aplausos. Es un paso. Pero no fue capaz de romper el segundo armario, ese con el que la sociedad gordófoba nos convence de que este cuerpo que tenemos/somos es un tránsito, un cuerpo que nunca tendremos derecho a defender ni a amar, un cuerpo que nunca será respetado y por el que nunca tendremos derecho a exigir respeto. “Hay que templarse, esforzarse y simplemente dejar de estar gordo”, afirma Sostres, iluso y poco valiente, obediente a la autoridad moral gordófoba y a la vergüenza corporal impuesta. Esa moral que exige disciplina, autocontrol y mesura, pero a la que poco le importa la calidad de lo que come la gente gorda, los tiempos que tiene para comer la gente gorda, la familia de la gente gorda, los recursos económicos de la gente gorda, la cultura de la gente gorda, los deseos de la gente gorda, qué deportes gustan a la gente gorda, qué siente subida a la balanza la gente gorda, la historia de vida de la gente gorda, las emociones de la gente gorda, las alegrías y tristezas de la gente gorda, la salud mental de la gente gorda. A la moral gordófoba sólo le importa que la gente gorda deje de ser gorda COMO SEA, así muera intentándolo en la mesa de operaciones de un quirófano. 

A esta sociedad de moral gordófoba le importa un carajo la salud de la gente gorda. Nuestra salud sólo es la excusa tras la que esta sociedad esconde su asco y repugnancia por nosotros. Y para reconocer esto y hacerle frente, cari, sí que hay que ser valiente.

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