viernes, 11 de noviembre de 2016

SOBRE EL FEMINISMO DEL LATIGAZO Y EL PRIVILEGIO BLANCO. Notas de un algodón de azúcar.

Dedicado a Laura, 
pues estas reflexiones son producto de debates con ella. 


Hoy fui a unas Jornadas sobre Antropología, Feminismo e Interseccionalidad en la UB. Salí con un sabor agrio y muchas preguntas. Siempre que se habla de interseccionalidad, inevitablemente sale el tema de la raza, y con él la cuestión migrante. Y es increíble lo que me duele.


Privilegios

Siempre resulta doloroso ver a personas no migrantes hablando de migración. Personas blancas hablando de racismo. Personas económicamente privilegiadas hablando de pobreza. Personas cis hablando de transexualidad... A mí de forma particular, y obviamente por mi experiencia, me duele muchísimo la parte migrante. Me abren en canal las académicas teorizando sobre algo que a mí me rompió la vida. Es algo muy visceral lo que me pasa. Las veo ahí sentaditas en el podio, en sus sillas académicas, detrás de la-mesa-del-poder-del-habla, y yo ahí, una sudaca más entre un amplio público, escuchándolas teorizar sobre mi vida, viéndolas con sus abstracciones invisibilizar mi dolor y el de mi madre y el de mi abuela. Es duro. Durísimo. Sobre todo cuando no se sitúan. Sobre todo cuando elaboran teorías que no cambian el mundo, ni mi mundo, ni el de ninguna migrante. Sobre todo cuando no construyen praxis. Sobre todo cuando en un amplio despliegue de blancura y eurocentrismo alguna se atreve a decir que “ya no existe el racismo, que hoy es otra cosa” y se queda tan ancha, sin siquiera explicar qué quiere decir con eso*; ESO que dice que no existe pero que a tanta gente afecta y tanta gente denuncia. La cereza de la tarta va y la pone una asistente, quien definiéndose en su intervención como argentina nieta de alemanes, de repente apoya con convicción a la señora anterior argumentando que “La Ley de Extranjería afecta de la misma forma a todas las personas extranjeras”, incluida ella, blanca argentina de origen alemán. Ojalá entendiera ella que nosotras, las migrantes blancas, para evitar el racismo, tenemos con callarnos el acento. Pero la piel no calla. Y que aunque la Ley de Extranjería fuera igual pa’ todas (algo que es debatible), la calle no lo es, el trabajo tampoco, las oportunidades tampoco, la policía tampoco, los aeropuertos tampoco, y probablemente ni siquiera el trato del funcionario de turno en la Oficina de Extranjería de turno. Porque, ¿sabés qué, vecina blanca? Las leyes y las normas sociales las aplica gente. Gente que te trata de forma diferente según tu aspecto. Y vos… vos pisás el mundo como blanca. Yo piso el mundo como blanca. Aunque ambas seamos extranjeras sudacas. Y nos vengan otras opresiones por otros lares. Somos blancas.


Latigazos

En un momento, una de las ponentes propuso debatir si es posible deconstruir la raza. Y con la compa que estaba sentada a mi lado enseguida nos miramos con cara de “la deconstrucción se nos fue de las manos, definitivamente”. Me pregunto si realmente la susodicha deconstructora estaba pensando que podía -en un ejercicio de "deconstrucción de la performatividad identitaria racial"- dejar de ser blanca en este mundo donde los nazis le dan una paliza a una mujer embarazada por llevar nikab o dejan en silla de ruedas a un chico por ser negro. ¿En serio, para combatir el racismo, lo primero que se te ocurre es debatir en la Universidad sobre la deconstrucción de la raza? Quizás sea un nivel elevado de teorización académica al que yo soy incapaz de acceder. Puede. No niego ni negaré nunca mis limitaciones. Pero la verdad, yo veo caminos más fáciles para empezar a combatir estas cuestiones del privilegio blanco. No sé. Quizás donando parte de su sueldazo -compañera académica- a colectivos que luchan contra el racismo o apoyan a médicos que atienden gratuitamente a personas migrantes en situación irregular sin acceso a atención sanitaria. Por poner un ejemplo nomás, ¿eh?

Porque este es otro tema. Muchas veces decimos (yo misma digo) “cuestiónate tus privilegios”, “cúrrate tus privilegios”. Y yo, la verdad, no sé qué es eso. ¿Por qué lo digo? ¿Qué quiero decirle a la gente con esa frase? Porque pensándolo bien, parece una orden para trabajar en soledad. Deconstrúyete. Vos y tu privilegio, y nadie más. Solipsista y bastante neoliberal. ¿Es que creemos aún que cada una por un rincón, haciendo un ejercicio de debate mental con una misma, vamos a cambiar las cosas? Suena hasta inmovilista, pro status quo, porque ¿voy a dejar de ser una privilegiada blanca funcional universitaria de mierda si me doy latigazos yo sola en mi cuarto? Creo que no. Creo que tengo que currar esto pero desde otro lado y acompañada. Creo que tengo que tomar conciencia de esta mierda, sí. Tengo que leer, pensar y aprender, sí. Pero la conciencia sobre un tema, por sí misma, no cambia las cosas, no es suficiente. Tengo que trabajar contra el poder para que se rompan estas dinámicas basura. Tengo que tirar de mi hilo, del hilo que me toca en esta gran red tejida de opresiones, para que algún día la destejamos por completo. Y lo tengo que hacer con mis compañeras.

Fue una compa la primera que me dijo que yo era una privilegiada universitaria. Y fue acompañada por otra que descubrí cómo me oprimía la gordofobia. Y fue en un colectivo feminista donde empecé a buscar alternativas para destejer(me).

Porque está de sobra decirlo: una sola no puede contra el opresor, una sola no cambia el mundo.

Sé que tenemos una tarea difícil. Sé que somos un conjunto complejo de humanas poseedoras de complejas combinaciones de opresiones y privilegios. Y que de este modo el conflicto está servido en la mesa.

Pero hoy, justo hoy, no tengo hambre.


Alianzas

Dice Laura -la amiga con la que debato mucho estos temas- que nosotras pecamos a veces de ser del “feminismo bonito” porque somos las típicas boludas que soñamos con un mundo en el que las feministas tejamos alianzas entendiendo que, aunque duela, y aunque sea lento, cada cual tiene sus procesos, y esos procesos no responden a nuestra urgencia. Cada vez que Laura me dice lo del “feminismo bonito” me siento un poco chicle rosa, un poco algodón de azúcar. Y me doy asco a mí misma. Siempre creí en el conflicto, en el debate, en la crítica, en la confrontación (y las feministas me enamoraron por ser gente capaz de revisarse constantemente, como ninguna otra lucha lo ha hecho). Pero también creo en las alianzas. Tengo que creer.

Sin embargo hoy, con el corazón migrante en una mano y el algodón de azúcar en la otra, no pude sino llegar a casa revuelta de academia, y plantearme en un grito mudo dialéctico:

cómo seguir siendo autocríticas sin caer en el feminismo del latigazo,
cómo seguir revisándonos sin descomponernos por completo o convertirnos en una nada inmovilista,
cómo entender la lentitud cuando el dolor nos genera prisa,
cómo deconstruir sin bloquear la construcción,
cómo criticar sin destruir la ilusión,
cómo luchar y tejer alianzas con las heridas en carne viva...

¿Dónde está la salida?
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* Quiero creer que la ponente intentaba explicar algo que, de casualidad, abordé en mi último post... el neorracismo de lo identitario que se suma al racismo biologicista clásico. Pero ella no lo explicó ni habló de coexistencia, así que el ambiente quedó caldeado... más aún cuando habíamos varias migrantes en el público, algunas de color.

2 comentarios:

  1. Comparto y entiendo tu rabia porque en cierta forma se sintoniza con la mía, no como migrada, sino como feminista, lesbiana y mujer. Yo también fui a ver que se cocía con ese título tan sugerente: Por una Antropología feminista crítica e interseccional y me encontré con que la primera pregunta que se lanza a la audiencia es y cómo afecta eso de la interseccionalidad a los hombres… No es que sea la pregunta en sí lo que me fastidie, pues lo raro sería que el androcentrismo no reinase en los espacios mixtos (no sólo mujeres, lesbianas y trans) por muy feministas que se autodenominen, sino que me enerva la amabilidad con que se trata ese tipo de refocalización del yo hombre ¡con qué pedagogía! Una casi que nota como la ponente se pone guantes de seda en cada palabra para reconfortar la pertinencia de la pregunta… y sobre todo la “normalización” de ese reclamo para volver a hablar del sujeto monstruoso que nunca escapa del centro de la lupa tal y como plantea Adriana Cavarero http://www.debatefeminista.pueg.unam.mx/wp-content/uploads/2016/03/articulos/012_15.pdf
    También me encontré con que parece que hablar de interseccionalidad es hablar fundamentalmente de género, racismo y clase y entiendo la potencia de esta intersección puesto que la teoría es de Kimberlee Crenshaw http://socialdifference.columbia.edu/files/socialdiff/projects/Article__Mapping_the_Margins_by_Kimblere_Crenshaw.pdf
    y se fundamenta en esa triada, pero esa triada original deja fuera la sexualidad como eje interseccional. Es decir, la interseccionalidad es una teoría que puede ser útil para ampliar la mirada en cómo se conjugan género, etnicidad, clase y sexualidad, en cómo se retroalimentan, en cómo se privilegian/someten según miremos estos ejes como categorías de poder, o/y de análisis, o/y narrativas, o/y categorías identitarias, o/y categorías performativas, o/y categorías discursivas… pero en el momento que no abrimos la interseccionalidad más allá de la triada original, corremos el riesgo de que pase lo que creó que, en cierta forma, pasó en ese auditorio:
    -que se sinonimiza interseccionalidad con racismo y el debate se centra ahí y en quienes son las sujetos que hablan y con qué legitimidad hablan
    -que se invisibiliza, una vez más, a las lesbianas de la escena política/académica al excluir de la interseccionalidad a la sexualidad como eje interseccional
    Es decir, una vez más, sentí como la interseccionalidad, como teoría académica que es, a mí como lesbiana y mujer y otras cuantas cosas más… me excluía de un debate muy necesario como el del racismo pero, en cierta forma –y paradójicamente– colonizador, ya que lo que yo había ido a ver era interseccionalidades, y desde luego allí sólo vi una intersección.

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    1. ¡Qué verdad tan grande compañera! ¡Qué pasada! No lo había visto así, pero tienes toda la razón.

      Yo que siempre ando con el tema de la gordofobia a rastras no quise decir nada sobre el tema, la verdad. Reconozco que me dio vergüenza volver siempre a mi mismo tema. Pero es cierto que estos asuntos terminan centrándose en esa triada y dejan fuera otras intersecciones, como la sexualidad, el peso (o el aspecto), la edad, etc.. Incluso el debate sobre el tema migrante creo que sucedió justamente por no ser capaz de ver otros ejes.. que el de la raza es uno, y el origen/migración otro.

      Es curioso que una herramienta que surge para visibilizar termine invisibilizando tanto.

      Gracias por tu comentario, acertadísimo. Queda tanto por hacer!!

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