(Poema original: "Belly Kisses", de Rachel Wiley. Traducción libre de Magda Piñeyro)
Hay una hermosa mujer en mi cama.
Después de mucho flirteo incómodo
comenzamos a besarnos en mi sofá
y luego continuamos escaleras arriba
deshaciéndonos de todos los accesorios de ropa
(cardigans, leggins, calcetines)
hasta que nuestros vestidos
son lo único que queda entre nuestras pieles.
Mi primer instinto, cada vez que me quito mi vestido,
es rodear mi panza con mis brazos,
no tanto por vergüenza,
sino más bien como un escudo contra el asco que el mundo le profesa.
Amo mi cuerpo más días de los que no lo amo,
y esa es una larga batalla ganada,
pero aún siento a veces
que pedirle a otra persona que lo ame es pedir demasiado.
Cada vez que dejo que alguien me folle con el vestido puesto
me echo después en mi cama
y me prometo a mí misma no permitir que otra persona acceda a mi cuerpo sin verlo completo,
sin maravillarse con él,
sin posar sus labios en cada uno de los rincones que en él son considerados despreciables...
Una promesa que rompo tan pronto como la necesidad de ser tocada pesa más que la dignidad,
lo cual significa que aún estoy aprendiendo a pedir lo que merezco sin disculparme.
Y cuando -reteniendo la respiración- por fin me quito el vestido
está esta hermosa mujer esperando del otro lado,
y, sin que se lo pida, posa sus labios en mi barriga antes de que yo pueda cubrirla,
y se maravilla con ella
y recorre con sus manos mi cuerpo
como si sus palmas pudieran simplemente
quitar toda la crueldad del mundo que habita mi piel.
Ahí está esta hermosa mujer en mi cama,
y sostiene la belleza de la misma forma que yo, mi belleza duramente ganada,
con las dos manos desbordadas
y cuando de repente emerge de su vestido de algodón
¿qué puedo hacer yo
sino amar su cuerpo del mismo modo que lucho cada día por amar el mío?
Entonces beso su cuerpo,
y me maravillo con él,
y lo toco,
y él responde a mis manos expectantes.
Ella es infinita.
Las dos somos infinitas en mi cama.
Y vulnerables.
E ingrávidas.
Ingrávidas, sin peso,
pero ni un poquito más pequeñas...
¡Gracias a Dios que no somos ni un poquito más pequeñas!
_______
Apunte sobre la traducción: en el último párrafo, la autora utiliza los términos "unshielded" y "weightless", los cuales se traducirían literalmente como "sin escudos" y "sin peso", pero me he decidido por utilizar "vulnerable" e "ingrávida" porque acorde al contexto creo que definen mejor el sentido de la frase. Consultar la original aquí: https://www.facebook.com/RachelWileyPoetry/videos/1911032758954260/?v=1911032758954260
domingo, 29 de diciembre de 2019
lunes, 9 de diciembre de 2019
Cuestiones en torno a la vagancia del Partido Feminista y entes similares.
Mi amiga Cande me pasó por whatsapp el Comunicado del Partido Feminista y pensé que era una broma de muy mal gusto. Pero no, no lo era. Ahí estaban feministas de referencia desmarcándose de la inclusión de las personas trans en el feminismo. Como decimos en mi país: ¡¡Pero es que me caigo y no me levanto con esta gente!! ¡¡Por dios!! ¡¡Qué pesadilla tan recurrente!!
Hace tiempo que estos discursos no son hechos aislados, pero últimamente me tienen la cabeza refrita, confieso. Llevo semanas leyendo artículos de esta línea ideológica, sobre todo desde que se rearmaron discursivamente en el Encuentro de Gijón de este verano, la dichosa Escuela Feminista Transexcluyente de la que participaron referentes feministas españolas como María José Guerra, Amelia Valcárcel o Alicia Miyares, entre otras.
Me parece tremendamente peligroso que desde los púlpitos políticos y universitarios se estén lanzando mensajes de odio. Sin embargo, mis palabras no van para ellas. Van para nosotras. Para las de abajo, las que escuchamos a las académicas y terminamos peleadas entre nosotras. Esas académicas son unas irresponsables. Irresponsables y vagas. Sí, VAGAS. Siendo referentes teóricas y filosóficas del feminismo español, en vez de sentarse a reflexionar y crear nuevas teorías que aborden las violencias contra nuestros cuerpos e identidades en el patriarcado del siglo XXI, teorías que nos permitan confluir a todas en la lucha contra la opresión machista, ellas prefieren ir a lo fácil, apoltronarse en su sillón, repetir una y mil veces el mismo discurso que tienen desde hace 30 o 40 años y pregonar odio y división en un momento en el que el feminismo está muy fuerte y es referente de lucha y subversión a nivel mundial. Mal, señoras, MUY MAL. SUSPENDIDAS. DEVUELVAN SUS SUELDOS Y SUS DOCTORADOS. ESTÁN HACIENDO MUY MAL SU TRABAJO. Me recuerdan a ciertos marxistas y anarquistas que pregonan discursos enmarcados en el sistema industrial del siglo XIX, negados a asumir que están en el siglo XXI y que hay que actualizarse, igual que se actualizan constantemente los tentáculos del capitalismo y el patriarcado.
Pero nada, si a ellas no les apetece repensar(se), ¡hagámoslo nosotras!... buscando siempre la confluencia, nunca la división. A mí, por ejemplo, me apetece compartir aquí ciertas reflexiones que me han ido surgiendo a raíz de debates y conversaciones con amigas y compañeras de lucha sobre estas cuestiones. Desde abajo y pa'las de abajo, allá vamos.
1. Sobre la censura
Cada vez que señalamos la transfobia de una teórica feminista que defiende la exclusión de las personas trans del feminismo, o llama “hombre” a una mujer trans, o “mujer” a un hombre trans, somos acusadas de estar censurando. Me pregunto, cuando un partido emite discursos racistas u homófobos, ¿acaso no lo señalamos? Más que censura, yo diría que es política. Es asumir que las opiniones pueden ser racistas, machistas, homófobas y transfóbicas, y que no todas las opiniones son válidas, sobre todo cuando son opiniones que abogan por retirar derechos fundamentales a las personas o cuando son discursos que en sí mismos menoscaban derechos, hieren, atacan. Llamar “hombre” a una mujer trans, es como llamar “negro de mierda” a un negro, o “sudaka de mierda” a una latinoamericana. Es inadmisible en la boca de una persona que sueña un mundo justo e igualitario para todas las personas que lo habitamos.
2. Sobre las olas feministas
De toda la vida las feministas hemos identificado el machismo y nos hemos sentado a pensar maneras de acabar con él. Mary Wollstonecraft fue la primer filósofa europea en decir que la desigualdad no es natural, así que si no es natural, podemos modificarla y hacerla desaparecer. Para hacerla desaparecer, las feministas de la primera ola exigieron el voto e igualdad de derechos en lo civil, penal y educativo, pensaban que con el acceso al voto, a estudiar y al divorcio (entre otros derechos) se iría abriendo el camino hacia la igualdad.
Las feministas de la segunda ola señalaron la existencia de un “sistema patriarcal”, una estructura social-ideológica que reproduce violencia sobre las mujeres en todos los espacios, todo el tiempo, que se filtra desde el Estado hasta la cama (“lo personal es político”, recordemos) y requiere de cambios muy profundos para acabar con él; no bastan las leyes, se necesitan cambios culturales, ideológicos, relacionales y económicos también, con el fin de que el género (elemento cultural construido sobre lo biológico sexo) deje de ser opresivo para las mujeres.
La tercera ola feminista es muy plural, pero haré referencia a los movimientos queer, que son el quid de la cuestión de este debate. Estos movimientos, a diferencia de la segunda ola, pero herederos innegables de ésta, apuestan directamente por dinamitar el género. Más que cambiarlo, o buscar una manera de que el sujeto “mujer” deje de ser oprimido por el sujeto “hombre”, apuestan por romper con todo lo que significa “ser mujer” y “ser hombre”, entendiendo que estas identidades son la misma raíz de la opresión. Antes que rehabilitar el edificio, eligen destruirlo desde los cimientos y construir otra cosa diferente sobre sus cenizas. Este edificio que buscan dinamitar se llama “binarismo de género”, es decir, la norma social que, al nacer, nos categoriza como hombres o mujeres, (“dos bloques de adoctrinamiento masivo”, diría Itziar Ziga), con destino a ser los primeros opresores de las segundas.
A mi modo de ver, estas tres líneas de pensamiento feminista conviven en la actualidad, pues aún nos faltan muchos derechos, aún hay quien niega la violencia machista estructural, y hay personas que no se identifican como hombres ni mujeres y por ello son violentadas en un mundo de género binario. Coexistimos y seguimos debatiendo qué caminos seguir, a sabiendas de que el fin es el mismo: acabar con el machismo y con el patriarcado. Nuevamente bajo mi perspectiva, que el Partido Feminista y seguidoras de su línea ideológica vean intenciones oscuras antifeminsitas en los movimientos queer, es cuanto menos, ofensivo, y cuanto más, pura ignorancia.
3. Sobre las identidades
Temen a un feminismo de la identidad. Y la verdad, esto me resulta muy gracioso. ¿Qué sino la identificación es lo que nos hace unirnos al principio a los grupos feministas, cuando empezamos a hablar con otras pibas y nos damos cuenta que todas hemos vivido lo mismo? Identificación. ¿Encuentras a otras lesbianas en un grupo? Identificación ¿Encuentras a otras gordas en un grupo? Identificación. ¿Encuentras a otras negras, latinas, migrantes en un grupo? Identificación. Las emociones nos mueven, más que los conceptos racionales a veces. Creo firmemente que sentirnos arropadas, sentirnos manada, es el primer paso hacia la política. Luego viene todo lo demás.
Temen a un feminismo de la identidad. Y la verdad, esto me resulta muy gracioso. ¿Qué sino la identificación es lo que nos hace unirnos al principio a los grupos feministas, cuando empezamos a hablar con otras pibas y nos damos cuenta que todas hemos vivido lo mismo? Identificación. ¿Encuentras a otras lesbianas en un grupo? Identificación ¿Encuentras a otras gordas en un grupo? Identificación. ¿Encuentras a otras negras, latinas, migrantes en un grupo? Identificación. Las emociones nos mueven, más que los conceptos racionales a veces. Creo firmemente que sentirnos arropadas, sentirnos manada, es el primer paso hacia la política. Luego viene todo lo demás.
Por otro lado, a nivel teórico, la complejidad y maleabilidad de las identidades es complicada de abordar, y no me extraña que les dé pereza hacerlo, sobre todo cuando no tienen ninguna necesidad: la mayoría de estas referentes no poseen identidades oprimidas, sólo están oprimidas por ser mujeres; no podemos olvidar que estas señoras son académicas, de buenos trabajos, buenos sueldos, blancas, europeas, occidentales, que salvo ser mujeres no tienen otra opresión. ¿Por qué iban a querer abordar la identidad trans, migrante, gorda, bollera, musulmana, gitana, negra, si no les toca? Ese es nuestro trabajo, el trabajo del amplio resto de mujeres que no cumplimos con tener solo una identidad oprimida sino muchas. Una amplitud que pretende encontrar en las diferencias nuestras alianzas, no la división, como ellas quieren hacernos creer. Temen que la multiplicidad de las identidades interseccionando con el género le tambalee el sujeto único de su feminismo, pero es que esto ya pasó señoras. Hace tiempo somos multitud diversa cuestionando, luchando y tejiendo alianzas.
Al feminismo blanco occidental le duele que le tambaleen sus cimientos, por eso el Partido Feminista y sus afines señalan a la Teoría Queer, una teoría que cuestiona que el sujeto político del feminismo sean sólo las mujeres cis. Pero las primeras en cuestionar al feminismo blanco occidental no fueron los movimientos queer, sino las mujeres negras de Estados Unidos, en el marco de la lucha antiesclavista y antirracista. Una de las primeras voces que lo hizo fue Sojourner Truth, activista antiesclavista que en 1851, en un encuentro feminista blanco blanquísimo del que no la hicieron sentir parte, lanzó la siguiente pregunta a las presentes: “¿Acaso yo no soy una mujer?”.
El cuestionamiento del feminismo a través de la raza, y la intersección género-raza, viene siendo abordada desde entonces por mujeres teóricas y activistas antirracistas, algunas de ellas feministas. Análisis y reclamos vigentes en la sociedad patriarcal, capitalista y racista actual, donde algunos feminismos (al menos en Europa y Estados Unidos) siguen siendo blancos, heterocentrados y de clase media, y continúan sin incorporar las demandas del antirracismo.
Por otra parte, los Movimientos Queer y la Teoría Queer, quienes también cuestionan el sujeto político de este feminismo occidental, son más recientes, y están siendo señalados abiertamiente por el Partido Feminista de España porque han calado ampliamente en los movimientos feministas, se han vuelto muy populares y han abierto un mundo nuevo de posibilidades. Bajo mi perspectiva, es importante situar estos movimientos y aclarar algunas cuestiones respecto a esta teoría:
A) Los movimientos queer surgen en Estados Unidos en los años 80, como respuesta a un movimiento LGTB que se estaba institucionalizando y heteronormativizando (pidiendo derechos para “parecer normal”, para formar una “familia normal”), y excluyendo a un amplio sector de personas que no encajaban en esta “normalización”. Quienes se estaban “normalizando” (y así “salvando”) eran blancos-gays-cis-clase media... ¡Vaya casualidad! Quienes quedaban afuera, mujeres trans y/o bolleras y/o racializadas, migrantes, negras, latinas... De nuevo: ¡Vaya casualidad! El movimiento queer fue una respuesta a este blanqueamiento y aburguesamiento del movimiento, que a mi modo de ver se podría resumir en un “¡No quiero ser normal! ¡Quiero abolir toda opresión!”.
B) La Teoría Queer hace más hincapié en el género que en el sexo, es más, mantiene que el sexo (lo biológico) es irrelevante, que todo es género (cultura, lenguaje) y lo importante es la performatividad del mismo, es decir, cómo creamos la realidad de los géneros “actuando” en base a las normas sociales de lo que es ser mujer o ser hombre, o rebelándonos contra esas normas. En resumen, plantean que las identidades no son algo fijo sino maleable; que no se puede cambiar el binario hombre-mujer sino destruyéndolo; que el sujeto del feminismo no son sólo las mujeres cis, que el patriarcado -como sistema heterocentrado- violenta toda identidad que no se enmarque dentro de ese binarismo hombre-mujer destinado a formar una familia nuclear tradicional (yo agregaría burguesa y blanca, pero #debate): maricas, trans, bolleras, personas no binarias, no monógamas, etc. Nunca leí ni oí a nadie del movimiento queer plantear que las mujeres cis no sean violentadas por el patriarcado, sólo que no son las únicas, y que ese “mujer” es un constructo sociocultural (no natural) que puede ser violento en sí mismo, debido a todas las consecuencias que tiene “ser mujer” en esta sociedad.
Yo discrepo en algunas cosas con la Teoría Queer, sin embargo mis discrepancias no me llevan a posicionarme con el Partido Feminista ni contra las personas trans. Incluso muchas trans están en contra de la Teoría Queer, no se sienten identificadas con ella. Y es que hay muchas que entendemos que las identidades son mucho más fijas de lo que plantea la Teoría Queer y que, a pesar de que en la calle la actuación de género puede ir cambiando, tener pene o coño en este mundo (la parte biológica) genera unas violencias concretas que deben ser señaladas y combatidas, como es el caso de las violencias ejercidas en las consultas ginecológicas, en los partos, en el abordaje de la menstruación, la menopausia, etc. En cualquier caso, dejar claro que las discrepancias y debates con la Teoría Queer son una realidad dentro de los feminismos, lo que sin embargo no ha implicado nunca un posicionamiento transexcluyente como el del Partido Feminista.
5. Sobre la preocupación por perder el señalamiento de la estructura patriarcal
Es innegable que a veces parece que se diluye el enemigo en la posmodernidad, pero no veo intención alguna de dejar de señalarlo. También sucede con el capitalismo. Nos está costando identificar al enemigo, señalar concretamente al opresor, perfirlarlo bien, crear teorías que abarquen la mulitiplicidad individual y global de la realidad actual, montar estructuras organizativas que se adapten a estos tiempos de inmediatez y fluidez. Pero he aquí nuestro reto, compañeras.
6. Repensar el privilegio cis en las mujeres
En este último punto propongo una autocrítica para los movimientos transfeministas, siempre con las mejores intenciones. Creo que el feminismo transexcluyente en parte va logrando adeptas porque muchas mujeres cis no ven ningún privilegio en ser mujeres y se sienten por ello atacadas por el transfeminismo, pensando que éste niega su opresión como mujeres. Es sabido que las opresiones y privilegios son independientes, que yo como mujer gorda migrante tengo opresiones, y sin embargo como persona que ha estudiado en la universidad tengo un privilegio. No obstante, mi privilegio de ser mujer cis está ahí, pero a la vez ser mujer en el marco patriarcal no ha sido nunca un privilegio. Muchas me han dicho, “No entiendo cuál es mi privilegio, ¿que me violen? ¿que me maten?”. Algo parecido me ha pasado cuando denuncio la gordofobia, muchas chicas flacas no terminan de ver cuál es el privilegio de ser una mujer flaca, ¿que las violen? ¿que las acosen? Por no hablar de la anorexia y la bulimia. Nos está costando comunicarnos, habitar la rabia del cuerpo oprimido, señalar el cuerpo privilegiado y aún así recibir de ese cuerpo privilegiado la información de que en su privilegio recibe violencias. Otro caso: hace un tiempo me tocó dar una charla a personas sin hogar sobre racismo y migraciones. Fue muy duro. Estaba pidiéndole solidaridad a uno de los grupos más vulnerables de la sociedad, pidiéndole a quien no tiene nada que comparta lo que no tiene con otras que no tienen. Repensar todas estas cuestiones creo que también es parte de nuestro trabajo, comunicarnos mejor, compartirnos mejor, dejar espacio a todos los dolores y seguir tejiendo desde el amor esas alianzas que comentaba antes.
Por último: sueños y apuestas.
Apuesto por repensarnos constantemente, como ha hecho siempre el feminismo. Es ésta una de sus mejores cualidades. Las criticas son bien recibidas cuando su función es aportar en el camino hacia un mundo más justo e igualitario para todas las personas que lo habitamos.
Apuesto por no apoltronarnos en la vagancia excluyente, conservadora, blanca y burguesa. Y apuesto por señalarla.
Apuesto por la colectividad, por la carne, por el tú a tú, el contacto. Acércate a una hermana trans, habla con ella, verás que ella al igual que vos ha sufrido violencias machistas por ser mujer. Acércate a un compañero trans, verás que él, al igual que vos, sufrió mucha violencia por nacer con coño. Acércate a una persona no binaria, te contará sobre las violencias que sufre por no poder ser enmarcada en este sistema hombre-mujer que nos quiere bien etiquetadas para saber de qué bando somos, opresor u oprimido.
Apuesto por organizarnos contra el enemigo, que aunque a veces aparece difuso, lo vamos enmarcando, y más en estos tiempos de agudización de las desigualdades.
Sueño hermanamiento. Coexistencia oprimida luchando contra el opresor.
Y amor, sobre todo amor, por favor.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)