domingo, 29 de diciembre de 2019

BESOS EN LA PANZA

(Poema original: "Belly Kisses", de Rachel Wiley. Traducción libre de Magda Piñeyro)



Hay una hermosa mujer en mi cama.
Después de mucho flirteo incómodo
comenzamos a besarnos en mi sofá
y luego continuamos escaleras arriba
deshaciéndonos de todos los accesorios de ropa
(cardigans, leggins, calcetines)
hasta que nuestros vestidos
son lo único que queda entre nuestras pieles.

Mi primer instinto, cada vez que me quito mi vestido,
es rodear mi panza con mis brazos,
no tanto por vergüenza,
sino más bien como un escudo contra el asco que el mundo le profesa.
Amo mi cuerpo más días de los que no lo amo,
y esa es una larga batalla ganada,
pero aún siento a veces
que pedirle a otra persona que lo ame es pedir demasiado.
Cada vez que dejo que alguien me folle con el vestido puesto
me echo después en mi cama
y me prometo a mí misma no permitir que otra persona acceda a mi cuerpo sin verlo completo,
sin maravillarse con él,
sin posar sus labios en cada uno de los rincones que en él son considerados despreciables...
Una promesa que rompo tan pronto como la necesidad de ser tocada pesa más que la dignidad,
lo cual significa que aún estoy aprendiendo a pedir lo que merezco sin disculparme.

Y cuando -reteniendo la respiración- por fin me quito el vestido
está esta hermosa mujer esperando del otro lado,
y, sin que se lo pida, posa sus labios en mi barriga antes de que yo pueda cubrirla,
y se maravilla con ella
y recorre con sus manos mi cuerpo
como si sus palmas pudieran simplemente
quitar toda la crueldad del mundo que habita mi piel.

Ahí está esta hermosa mujer en mi cama,
y sostiene la belleza de la misma forma que yo, mi belleza duramente ganada,
con las dos manos desbordadas
y cuando de repente emerge de su vestido de algodón
¿qué puedo hacer yo
sino amar su cuerpo del mismo modo que lucho cada día por amar el mío?

Entonces beso su cuerpo,
y me maravillo con él,
y lo toco,
y él responde a mis manos expectantes.

Ella es infinita.
Las dos somos infinitas en mi cama.
Y vulnerables.
E ingrávidas.
Ingrávidas, sin peso,
pero ni un poquito más pequeñas...
¡Gracias a Dios que no somos ni un poquito más pequeñas!

_______
Apunte sobre la traducción: en el último párrafo, la autora utiliza los términos "unshielded" y "weightless", los cuales se traducirían literalmente como "sin escudos" y "sin peso", pero me he decidido por utilizar "vulnerable" e "ingrávida" porque acorde al contexto creo que definen mejor el sentido de la frase. Consultar la original aquí: https://www.facebook.com/RachelWileyPoetry/videos/1911032758954260/?v=1911032758954260

lunes, 9 de diciembre de 2019

Cuestiones en torno a la vagancia del Partido Feminista y entes similares.

Mi amiga Cande me pasó por whatsapp el Comunicado del Partido Feminista y pensé que era una broma de muy mal gusto. Pero no, no lo era. Ahí estaban feministas de referencia desmarcándose de la inclusión de las personas trans en el feminismo. Como decimos en mi país: ¡¡Pero es que me caigo y no me levanto con esta gente!! ¡¡Por dios!! ¡¡Qué pesadilla tan recurrente!! 

Hace tiempo que estos discursos no son hechos aislados, pero últimamente me tienen la cabeza refrita, confieso. Llevo semanas leyendo artículos de esta línea ideológica, sobre todo desde que se rearmaron discursivamente en el Encuentro de Gijón de este verano, la dichosa Escuela Feminista Transexcluyente de la que participaron referentes feministas españolas como María José Guerra, Amelia Valcárcel o Alicia Miyares, entre otras. 

Me parece tremendamente peligroso que desde los púlpitos políticos y universitarios se estén lanzando mensajes de odio. Sin embargo, mis palabras no van para ellas. Van para nosotras. Para las de abajo, las que escuchamos a las académicas y terminamos peleadas entre nosotras. Esas académicas son unas irresponsables. Irresponsables y vagas. Sí, VAGAS. Siendo referentes teóricas y filosóficas del feminismo español, en vez de sentarse a reflexionar y crear nuevas teorías que aborden las violencias contra nuestros cuerpos e identidades en el patriarcado del siglo XXI, teorías que nos permitan confluir a todas en la lucha contra la opresión machista, ellas prefieren ir a lo fácil, apoltronarse en su sillón, repetir una y mil veces el mismo discurso que tienen desde hace 30 o 40 años y pregonar odio y división en un momento en el que el feminismo está muy fuerte y es referente de lucha y subversión a nivel mundial. Mal, señoras, MUY MAL. SUSPENDIDAS. DEVUELVAN SUS SUELDOS Y SUS DOCTORADOS. ESTÁN HACIENDO MUY MAL SU TRABAJO. Me recuerdan a ciertos marxistas y anarquistas que pregonan discursos enmarcados en el sistema industrial del siglo XIX, negados a asumir que están en el siglo XXI y que hay que actualizarse, igual que se actualizan constantemente los tentáculos del capitalismo y el patriarcado. 

Pero nada, si a ellas no les apetece repensar(se), ¡hagámoslo nosotras!... buscando siempre la confluencia, nunca la división. A mí, por ejemplo, me apetece compartir aquí ciertas reflexiones que me han ido surgiendo a raíz de debates y conversaciones con amigas y compañeras de lucha sobre estas cuestiones. Desde abajo y pa'las de abajo, allá vamos.

1. Sobre la censura

Cada vez que señalamos la transfobia de una teórica feminista que defiende la exclusión de las personas trans del feminismo, o llama “hombre” a una mujer trans, o “mujer” a un hombre trans, somos acusadas de estar censurando. Me pregunto, cuando un partido emite discursos racistas u homófobos, ¿acaso no lo señalamos? Más que censura, yo diría que es política. Es asumir que las opiniones pueden ser racistas, machistas, homófobas y transfóbicas, y que no todas las opiniones son válidas, sobre todo cuando son opiniones que abogan por retirar derechos fundamentales a las personas o cuando son discursos que en sí mismos menoscaban derechos, hieren, atacan. Llamar “hombre” a una mujer trans, es como llamar “negro de mierda” a un negro, o “sudaka de mierda” a una latinoamericana. Es inadmisible en la boca de una persona que sueña un mundo justo e igualitario para todas las personas que lo habitamos. 

2. Sobre las olas feministas

De toda la vida las feministas hemos identificado el machismo y nos hemos sentado a pensar maneras de acabar con él. Mary Wollstonecraft fue la primer filósofa europea en decir que la desigualdad no es natural, así que si no es natural, podemos modificarla y hacerla desaparecer. Para hacerla desaparecer, las feministas de la primera ola exigieron el voto e igualdad de derechos en lo civil, penal y educativo, pensaban que con el acceso al voto, a estudiar y al divorcio (entre otros derechos) se iría abriendo el camino hacia la igualdad. 

Las feministas de la segunda ola señalaron la existencia de un “sistema patriarcal”, una estructura social-ideológica que reproduce violencia sobre las mujeres en todos los espacios, todo el tiempo, que se filtra desde el Estado hasta la cama (“lo personal es político”, recordemos) y requiere de cambios muy profundos para acabar con él; no bastan las leyes, se necesitan cambios culturales, ideológicos, relacionales y económicos también, con el fin de que el género (elemento cultural construido sobre lo biológico sexo) deje de ser opresivo para las mujeres. 

La tercera ola feminista es muy plural, pero haré referencia a los movimientos queer, que son el quid de la cuestión de este debate. Estos movimientos, a diferencia de la segunda ola, pero herederos innegables de ésta, apuestan directamente por dinamitar el género. Más que cambiarlo, o buscar una manera de que el sujeto “mujer” deje de ser oprimido por el sujeto “hombre”, apuestan por romper con todo lo que significa “ser mujer” y “ser hombre”, entendiendo que estas identidades son la misma raíz de la opresión. Antes que rehabilitar el edificio, eligen destruirlo desde los cimientos y construir otra cosa diferente sobre sus cenizas. Este edificio que buscan dinamitar se llama “binarismo de género”, es decir, la norma social que, al nacer, nos categoriza como hombres o mujeres, (“dos bloques de adoctrinamiento masivo”, diría Itziar Ziga), con destino a ser los primeros opresores de las segundas. 

A mi modo de ver, estas tres líneas de pensamiento feminista conviven en la actualidad, pues aún nos faltan muchos derechos, aún hay quien niega la violencia machista estructural, y hay personas que no se identifican como hombres ni mujeres y por ello son violentadas en un mundo de género binario. Coexistimos y seguimos debatiendo qué caminos seguir, a sabiendas de que el fin es el mismo: acabar con el machismo y con el patriarcado. Nuevamente bajo mi perspectiva, que el Partido Feminista y seguidoras de su línea ideológica vean intenciones oscuras antifeminsitas en los movimientos queer, es cuanto menos, ofensivo, y cuanto más, pura ignorancia.


3. Sobre las identidades 

Temen a un feminismo de la identidad. Y la verdad, esto me resulta muy gracioso. ¿Qué sino la identificación es lo que nos hace unirnos al principio a los grupos feministas, cuando empezamos a hablar con otras pibas y nos damos cuenta que todas hemos vivido lo mismo? Identificación. ¿Encuentras a otras lesbianas en un grupo? Identificación ¿Encuentras a otras gordas en un grupo? Identificación. ¿Encuentras a otras negras, latinas, migrantes en un grupo? Identificación. Las emociones nos mueven, más que los conceptos racionales a veces. Creo firmemente que sentirnos arropadas, sentirnos manada, es el primer paso hacia la política. Luego viene todo lo demás. 

Por otro lado, a nivel teórico, la complejidad y maleabilidad de las identidades es complicada de abordar, y no me extraña que les dé pereza hacerlo, sobre todo cuando no tienen ninguna necesidad: la mayoría de estas referentes no poseen identidades oprimidas, sólo están oprimidas por ser mujeres; no podemos olvidar que estas señoras son académicas, de buenos trabajos, buenos sueldos, blancas, europeas, occidentales, que salvo ser mujeres no tienen otra opresión. ¿Por qué iban a querer abordar la identidad trans, migrante, gorda, bollera, musulmana, gitana, negra, si no les toca? Ese es nuestro trabajo, el trabajo del amplio resto de mujeres que no cumplimos con tener solo una identidad oprimida sino muchas. Una amplitud que pretende encontrar en las diferencias nuestras alianzas, no la división, como ellas quieren hacernos creer. Temen que la multiplicidad de las identidades interseccionando con el género le tambalee el sujeto único de su feminismo, pero es que esto ya pasó señoras. Hace tiempo somos multitud diversa cuestionando, luchando y tejiendo alianzas. 

4. Sobre la preocupación por la Teoría Queer 


Al feminismo blanco occidental le duele que le tambaleen sus cimientos, por eso el Partido Feminista y sus afines señalan a la Teoría Queer, una teoría que cuestiona que el sujeto político del feminismo sean sólo las mujeres cis. Pero las primeras en cuestionar al feminismo blanco occidental no fueron los movimientos queer, sino las mujeres negras de Estados Unidos, en el marco de la lucha antiesclavista y antirracista. Una de las primeras voces que lo hizo fue Sojourner Truth, activista antiesclavista que en 1851, en un encuentro feminista blanco blanquísimo del que no la hicieron sentir parte, lanzó la siguiente pregunta a las presentes: “¿Acaso yo no soy una mujer?”. 

El cuestionamiento del feminismo a través de la raza, y la intersección género-raza, viene siendo abordada desde entonces por mujeres teóricas y activistas antirracistas, algunas de ellas feministas. Análisis y reclamos vigentes en la sociedad patriarcal, capitalista y racista actual, donde algunos feminismos (al menos en Europa y Estados Unidos) siguen siendo blancos, heterocentrados y de clase media, y continúan sin incorporar las demandas del antirracismo. 

Por otra parte, los Movimientos Queer y la Teoría Queer, quienes también cuestionan el sujeto político de este feminismo occidental, son más recientes, y están siendo señalados abiertamiente por el Partido Feminista de España porque han calado ampliamente en los movimientos feministas, se han vuelto muy populares y han abierto un mundo nuevo de posibilidades. Bajo mi perspectiva, es importante situar estos movimientos y aclarar algunas cuestiones respecto a esta teoría: 

A) Los movimientos queer surgen en Estados Unidos en los años 80, como respuesta a un movimiento LGTB que se estaba institucionalizando y heteronormativizando (pidiendo derechos para “parecer normal”, para formar una “familia normal”), y excluyendo a un amplio sector de personas que no encajaban en esta “normalización”. Quienes se estaban “normalizando” (y así “salvando”) eran blancos-gays-cis-clase media... ¡Vaya casualidad! Quienes quedaban afuera, mujeres trans y/o bolleras y/o racializadas, migrantes, negras, latinas... De nuevo: ¡Vaya casualidad! El movimiento queer fue una respuesta a este blanqueamiento y aburguesamiento del movimiento, que a mi modo de ver se podría resumir en un “¡No quiero ser normal! ¡Quiero abolir toda opresión!”. 

B) La Teoría Queer hace más hincapié en el género que en el sexo, es más, mantiene que el sexo (lo biológico) es irrelevante, que todo es género (cultura, lenguaje) y lo importante es la performatividad del mismo, es decir, cómo creamos la realidad de los géneros “actuando” en base a las normas sociales de lo que es ser mujer o ser hombre, o rebelándonos contra esas normas. En resumen, plantean que las identidades no son algo fijo sino maleable; que no se puede cambiar el binario hombre-mujer sino destruyéndolo; que el sujeto del feminismo no son sólo las mujeres cis, que el patriarcado -como sistema heterocentrado- violenta toda identidad que no se enmarque dentro de ese binarismo hombre-mujer destinado a formar una familia nuclear tradicional (yo agregaría burguesa y blanca, pero #debate): maricas, trans, bolleras, personas no binarias, no monógamas, etc. Nunca leí ni oí a nadie del movimiento queer plantear que las mujeres cis no sean violentadas por el patriarcado, sólo que no son las únicas, y que ese “mujer” es un constructo sociocultural (no natural) que puede ser violento en sí mismo, debido a todas las consecuencias que tiene “ser mujer” en esta sociedad. 

Yo discrepo en algunas cosas con la Teoría Queer, sin embargo mis discrepancias no me llevan a posicionarme con el Partido Feminista ni contra las personas trans. Incluso muchas trans están en contra de la Teoría Queer, no se sienten identificadas con ella. Y es que hay muchas que entendemos que las identidades son mucho más fijas de lo que plantea la Teoría Queer y que, a pesar de que en la calle la actuación de género puede ir cambiando, tener pene o coño en este mundo (la parte biológica) genera unas violencias concretas que deben ser señaladas y combatidas, como es el caso de las violencias ejercidas en las consultas ginecológicas, en los partos, en el abordaje de la menstruación, la menopausia, etc. En cualquier caso, dejar claro que las discrepancias y debates con la Teoría Queer son una realidad dentro de los feminismos, lo que sin embargo no ha implicado nunca un posicionamiento transexcluyente como el del Partido Feminista. 

5. Sobre la preocupación por perder el señalamiento de la estructura patriarcal 


Es innegable que a veces parece que se diluye el enemigo en la posmodernidad, pero no veo intención alguna de dejar de señalarlo. También sucede con el capitalismo. Nos está costando identificar al enemigo, señalar concretamente al opresor, perfirlarlo bien, crear teorías que abarquen la mulitiplicidad individual y global de la realidad actual, montar estructuras organizativas que se adapten a estos tiempos de inmediatez y fluidez. Pero he aquí nuestro reto, compañeras. 

6. Repensar el privilegio cis en las mujeres 

En este último punto propongo una autocrítica para los movimientos transfeministas, siempre con las mejores intenciones. Creo que el feminismo transexcluyente en parte va logrando adeptas porque muchas mujeres cis no ven ningún privilegio en ser mujeres y se sienten por ello atacadas por el transfeminismo, pensando que éste niega su opresión como mujeres. Es sabido que las opresiones y privilegios son independientes, que yo como mujer gorda migrante tengo opresiones, y sin embargo como persona que ha estudiado en la universidad tengo un privilegio. No obstante, mi privilegio de ser mujer cis está ahí, pero a la vez ser mujer en el marco patriarcal no ha sido nunca un privilegio. Muchas me han dicho, “No entiendo cuál es mi privilegio, ¿que me violen? ¿que me maten?”. Algo parecido me ha pasado cuando denuncio la gordofobia, muchas chicas flacas no terminan de ver cuál es el privilegio de ser una mujer flaca, ¿que las violen? ¿que las acosen? Por no hablar de la anorexia y la bulimia. Nos está costando comunicarnos, habitar la rabia del cuerpo oprimido, señalar el cuerpo privilegiado y aún así recibir de ese cuerpo privilegiado la información de que en su privilegio recibe violencias. Otro caso: hace un tiempo me tocó dar una charla a personas sin hogar sobre racismo y migraciones. Fue muy duro. Estaba pidiéndole solidaridad a uno de los grupos más vulnerables de la sociedad, pidiéndole a quien no tiene nada que comparta lo que no tiene con otras que no tienen. Repensar todas estas cuestiones creo que también es parte de nuestro trabajo, comunicarnos mejor, compartirnos mejor, dejar espacio a todos los dolores y seguir tejiendo desde el amor esas alianzas que comentaba antes. 

Por último: sueños y apuestas. 


Apuesto por repensarnos constantemente, como ha hecho siempre el feminismo. Es ésta una de sus mejores cualidades. Las criticas son bien recibidas cuando su función es aportar en el camino hacia un mundo más justo e igualitario para todas las personas que lo habitamos. 

Apuesto por no apoltronarnos en la vagancia excluyente, conservadora, blanca y burguesa. Y apuesto por señalarla.

Apuesto por la colectividad, por la carne, por el tú a tú, el contacto. Acércate a una hermana trans, habla con ella, verás que ella al igual que vos ha sufrido violencias machistas por ser mujer. Acércate a un compañero trans, verás que él, al igual que vos, sufrió mucha violencia por nacer con coño. Acércate a una persona no binaria, te contará sobre las violencias que sufre por no poder ser enmarcada en este sistema hombre-mujer que nos quiere bien etiquetadas para saber de qué bando somos, opresor u oprimido. 

Apuesto por organizarnos contra el enemigo, que aunque a veces aparece difuso, lo vamos enmarcando, y más en estos tiempos de agudización de las desigualdades. 

Sueño hermanamiento. Coexistencia oprimida luchando contra el opresor. 

Y amor, sobre todo amor, por favor.

viernes, 5 de julio de 2019

VEGANISMO Y ECO-GORDOFOBIA. No tengo que demostrarles nada.


Imagen 1, encontrada en página vegana

Son las tres de la tarde, tengo media hora de descanso en el trabajo para ir a buscar algo que comer y volver rápido. En la Asociación estamos en período de “Justificación del Proyecto” (mucho trabajo burocrático) y el tiempo es oro. Me dirijo apurada hacia uno de los pocos bares cercanos a la oficina que hace algo vegano para que yo coma, cuando de repente una mujer que venía en la misma acera que yo, de frente hacia mí, me para para decirme algo. Es una mujer delgada, de unos cuarenta años como mucho, blanca, estilo hippie (“pijipi”, más bien), que va cargando una maleta de viaje y varios librillos en sus manos. “¡Disculpa! ¿Hablas español?”, me pregunta. Se nota que ella no mucho, así que aunque tenía prisas le hice caso, pensé que quizás estaba perdida y necesitaba saber de algún sitio o alguna calle. “Sí, dime”, le respondí. “Vengo a un encuentro estatal de Yoga. Estoy difundiendo estos libros de yoga, ¿quieres uno?”, y me extiende los libros que tenía en sus manos para enseñármelos. “No, muchas gracias”, respondí educadamente, y cuando me planteo seguir mi camino, insiste, “Es a la voluntad, lo que puedas aportar”, y yo de nuevo “No muchas gracias. Disculpame, tengo prisa, tengo que irme”, y arranco pero me sigue unos pasos en mi camino para volver a pararme e insistir, esta vez, mirándome de arriba abajo mi cuerpo gordo: “Es para la mente, no para el cuerpo”.

Hace unos meses publiqué en la página de facebook de Stop Gordofobia una imagen que reivindicaba la existencia de las personas gordas veganas. Una chica me comentó “Es imposible”. Y le dije “Hola. Soy gorda y soy vegana. Existimos”. Cómo siguió esta conversación me dejó muy claro que, tristemente, el veganismo se ha convertido en una moda y que mucha gente -como ocurre con todas las modas- sigue fielmente el camino sin tener ni idea de los principios éticos y políticos que hay detrás de él:
   - No puedes ser gorda y vegana.
   - El veganismo no es una dieta, es una decisión ética. Soy vegana por amor a los animales, no por bajar de peso.
   -Entonces tú no eres vegana, sólo te gustan los animales.
Y acá casi me desmayo de la risa. No hablé más. A día de hoy sigo sin saber qué es exactamente para esta persona “ser vegana”. ¿Vida natural? ¿Comida eco? ¿Ser flaca? ¿Ir por la vida propagando la idea gordófoba de que toda la gente gorda es carnívora, antiecológica, malapécora y debería dejar de existir antes de que acabemos con el mundo? En fin. Un enigma más sin resolver. La cuestión es que este discurso es mucho más común de lo que parece. Incluso en páginas que van más allá de la moda vegana y sí mantienen un discurso ético y político en torno al veganismo y/o al ecologismo.



Imagen 2, encontrada en página vegana. 
Imagen 3, encontrada en Bioguia
y Ecorevolución, páginas "eco"

Ayer encontré una publicación compartida por Bioguia (decepción) y EcoRevolución, que se burlaba de que las personas gordas exijamos el derecho al amor propio (ver imagen 3). Son muchas las páginas de facebook y twitter veganas, antiespecistas y ecologistas que están llenas de contenido gordófobo, con publicaciones por doquier que asocian el cuerpo gordo con lo antiecológico, insano, carnívoro, asesino, capitalista, etc. (ver imagen 1 y 2), pero también con la gula, el descontrol y la indisciplina, típico de la moral gordófoba que ve en el cuerpo gordo un cuerpo desmesurado e incapaz de muchas cosas, entre ellas, de ser vegano. Pero ¡¡SORPRESAAA!! las gordas veganas existimos. Y ¿la verdad? Se lo van a tener que comer con papas (fritas o hervidas, como prefieran). Me importa muy poco no dar la talla de lo que cierta gente vegana espera de mí, de nosotras. Llegué al mundo vegano y antiespecista* por los animales no humanos, no por ustedes, antropocéntricos humanos. No tengo que demostrarles NADA.

En cualquier caso, y para finalizar, les invito a hacerse la siguiente pregunta: ¿en serio tienen tan pocos argumentos a favor del veganismo que necesitan recurrir a la gordofobia para defenderlo?




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* Especismo, según la RAE: 
1. Discriminación de los animales por considerarlos especiesinferiores.
2. Creencia según la cual el ser humano es superior al resto de losanimales, y por ello puede utilizarlos en beneficio propio.

martes, 25 de junio de 2019

Libro: "10 gritos contra la gordofobia". Notas sobre el proceso.

Este mayo del 2019 ha visto luz mi último trabajo: 10 gritos contra la gordofobia. He tenido la fortuna de que muchos medios se interesaran por él y pusieran el ojo mediático sobre la gordofobia. Sin embargo, a veces los nervios me juegan en contra (sobre todo cuando respondo a 3 o 4 entrevistas seguidas), otras veces las interpretaciones de periodistas son las que me juegan en contra (con o sin intención). En cualquier caso, he tomado la decisión de escribir unas líneas aquí sobre este trabajo, para compartir ciertas cuestiones que no han sido abordadas en los medios o no han sido abordadas de la forma que a mí me hubiera gustado. Vamos, que quiero dar mi visión del asunto. 

Intenciones
Escribí el libro en dos meses. Tenía un vómito antigordófobo atravesado en la garganta que salió a borbotones en forma de 10 gritos. Las intenciones de sacar estos gritos a la luz eran principalmente tres, una individual, una colectivo (a nivel gordo) y otra social. 

1) La individual: poder sacar ese vómito de mi garganta, exponer línea tras línea mis 32 años de gorda viviendo gordofobia, pero también todo el proceso de estos seis años de activismo gordo que llevo a cuestas y que me han transformado profundamente, al punto de que ya no quiero argumentar contra la gordofobia, solo quiero gritar, gritar hasta que paren, gritar hasta que termine esta hartada de desprecios, humillaciones y violencias cotidianas. 
2) La colectiva: que otros gordos y gordas pudieran hacer suyos estos gritos si quieren, o que al menos leyeran a otra gorda a la que le pasa lo mismo que a ellxs, que tuvieran en sus manos un espacio en el que nadie les va a juzgar, sino por el contrario, les va a poner en valía. Confieso también, que de a ratos escribí pensando en el texto que hubiera necesitado yo cuando tenía 17 o 18 años, y pensaba que para ser gorda, mejor no haber nacido, o a los 20, cuando aceptaba que mi novio me dijera "eres linda de cara", o a los 25, que seguía sin responder los insultos callejeros.
3) La social: que la persona no gorda que -por casualidades de la vida- llegara a ese libro sintiera los gritos de la colectividad gorda sobre sus ojos gordófobos. 

Por lo demás, este libro fue escrito de forma que cualquier persona que lo desee pudiera acceder a él, a sus contenidos. Lo cierto es que los medios siempre me preguntan qué estudié, cuál es mi formación, y mi respuesta siempre es la misma, "Soy Licenciada en Filosofía, y tengo un Máster en Estudios de Género y Políticas de Igualdad", pero los nervios nunca me han permitido agregar algo más importante que esta formación, y es que aunque estudié Filosofía soy una detractora de ella, de la Filosofía Académica, porque creo que en su mayoría está escrita y difundida por gente que no tiene la intención de ser comprendida ni está interesada en comunicar, sino que escribe a modo masturbatorio (onanismo, idioma fino), es decir, para darse placer a sí mismxs, utilizando palabras difíciles, frases rimbombantes que no dicen casi nada, puro ornamento para sentirse importantes y superiores al resto de la humanidad. Y paso de esta mierda. Para mí (igual que para muchxs otrxs) la filosofía es un constante cuestionamiento de lo que sucede a nuestro alrededor, de sus causas y consecuencias, pero también es una apuesta de cambio, que sólo puede llegar si nos comunicamos bien, si nos comunicamos lindo, si tejemos alianzas más allá de la "titulitis" y las teorías incomprensibles. Esto me lo enseñó mi madre, persona que no pasó por la universidad ni nada que se le parezca, pero es el ser más inteligente y librepensante que conozco. Esta mujer que me regaló la vida y me pagó una carrera hermosa pero elitista, cuando se enteró de que estaba escribiendo un segundo libro, me lanzó el siguiente tortazo verbal: "Magda. Escribí un libro que pueda leer yo". Nada más que agregar.



Proceso 
Mientras escribía dudé mucho, dudé todo el tiempo. La duda me acompaña siempre (también a ella le escribí un poema*), pero en este caso fue una insoportable compañera con la que discutía 24 horas, 7 días a la semana. Dudaba de que tuviera sentido lo que estaba escribiendo, dudaba de que fuera a importarle a alguien lo que yo tenía para decir, dudaba de que aún fuera necesario este texto (¿en serio todavía tenemos que seguir hablando de esto? ¿todavía no se ha dado cuenta el mundo entero de que está mal discriminar a la gente gorda, a cualquier gente?), dudaba de que fuera a gustar. Luego lo conversaba con mis amigas y compas gordas, quienes me llevaban a pensar que mis dudas eran de gorda y de mujer, de mis sentimientos de inferioridad incrustrados y constantes (¡qué importante es lo colectivo!) y volvía a escribir, vomitando el dolor, la rabia, la rebeldía, pensando que escribir este libro era un acto antigordófobo más, y que si no gustaba o incomodaba, pues sería por algo. Y luego volvían las dudas, de forma cíclica. Permanecieron debatiendo conmigo y mis amigas hasta el penúltimo día de entrega del texto a la editorial, día en que caminando por la calle, comiéndome unas papas fritas, una señora desconocida se me acercó, me pellizcó la barriga y me invitó a dejar de comer, diciéndome "ya estás lo suficientemente gorda". Después de este suceso el enojo más absoluto borró del mapa todas las dudas. Y terminé los gritos convencida de que eran necesarios. Era necesario este texto y todos los miles de textos que podamos escribir las gordas/gordos/gordes maldiciendo este mundo asqueroso en el que la gente se atreve a comentar nuestro cuerpo, a insultar nuestro cuerpo, a tocar nuestro cuerpo.

¡Boom!
Y después de dudas, risas, llantos, debates, correcciones y más dudas y más correcciones, los gritos salieron a la calle en forma de libro en mayo del 2019. Tengo la sensación de que es un texto que solté al mundo y que de alguna manera ya no me pertenece, ya camina libre e independiente de la mano de las ilustraciones de Arte Mapache(1). Sé que a muchxs les gustará. Sé que a otrxs muchxs no. Sé que mucha gente gordófoba se reirá de él y hasta pedirán que se calle. Sé que muchas gordas llorarán con él como lloré yo escribiendo algunos fragmentos, y otras se mearán de la risa de las pelotudeces que puedo llegar a decir. Algunos medios hablarán con acierto sobre él, otros no. Expuesto a todo esto y más quedó el pobrecito. Yo elijo quedarme con lo importante: las gordas/gordos/gordes estamos rompiendo con la indiferencia, la normalización y el silencio que siempre ha rondado la discriminación que sufrimos. Y ya no nos callamos más. ¡¡NO NOS CALLAMOS MÁS!!

Para todo lo demás, hamburguesa vegana, juguito de fruta y panzas al sol.


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(1) Este libro no sería lo que es sin esas ilustraciones, tengo que decirlo, es tan importante escribir sobre gordofobia como visualizar gorduras rompiendo con la monotonía flaca de la imagen como está haciendo Arte Mapache con su trabajo (flaca y también blanca, funcional, joven, etc.).
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NOCHE DE DUDAS.


Dudo...


Dudo porque me enseñaron a dudar de cada calada de aire

Dudo porque me cosieron firme la duda a la carne

Dudo porque cada paso mío fue cuestionado
Dudo porque me hicieron dormir con la duda a mi lado...
Dudo porque me hundieron desde niña en la duda 
Y es la duda la que me riñe cuando estoy desnuda 
Duda hay en mis pelos y tras cada palabra
En el rincón oscuro
una duda anuda a mí la inferioridad macabra

Es la duda mi peor enemiga
Desconsuelo de noche, máscara de día
Colona de más de un poro de mi piel
Porque me nacieron mujer
la ley que taladra mi sien es la duda.

Dudo... 
Porque nunca nada en mí fue suficiente
y cuando me creí suficiente fui demasiado
Dudo porque tengo y causo dudas
y la duda latente nunca me dejó dar nada por zanjado...
Dudo porque me abrazan el exceso y la culpa 
Dudo porque miraron con lupa cada rincón de mi cuerpo y de mi mente
Dudo porque plantada la semilla de la duda
sus ramas crecieron por mis piernas, mis manos, mi voz...
Y me amarró bien fuerte

Dudo y escojo los puntos suspensivos antes que el punto y aparte
Dudo y el miedo invade mi Edén,
Dudo porque me nacieron mujer
y no hay duda 
de que es tarde.

Dudosa
Culposa
Excedida...

Dudosa

pero no cobarde.

domingo, 16 de junio de 2019

Uruguay-España: la derecha antimigración y su discurso de ida y vuelta.

Se vienen elecciones presidenciales en Uruguay y el discurso de la derecha carga contra la inseguridad del país, lxs migrantes que llegan de otros países latinoamericanos(1) y también contra quienes se fueron (2), es decir, contra lxs uruguayxs que dejamos el país en busca de una vida mejor. Al parecer el tema principal es que no quieren que tengamos derecho a votar (me imagino que nos consideran un posible obstáculo en la meta de volver a gobiernos neoliberales, como esos que nos empujaron a abandonarlo, y como esos que se están instalando en el resto del continente). 

Por otro lado, Vox, partido de ultraderecha español, ha comenzado a formar parte del gobierno de Madrid, amenaza al Orgullo LGTBIQ+, ha pedido lista de feministas en Andalucía y propone un control inmigratorio más fuerte del que hay (que ya es fuerte), dando lugar a que la gente racista se sienta legitimada en las calles, en sus discursos y en sus actos, sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza ni porque el Mediterráneo tenga el récord de personas ahogadas del mundo, ni por ser -señores y señoras del norte- la causa de que nuestros países estén debastados, empobrecidos o en conflictos bélicos. 

Lo cierto es que según esta gente, y como decía Facundo Cabral, parece que "ni soy de aquí ni soy de allá", o al menos la (ultra)derecha no nos quiere en ninguna parte.

Imagen: Venezuela al día.
Porque acá nos dicen que nos vayamos a nuestro "puto país" y allá nos dicen que si nos fuimos cuando todo estaba mal, ahora que la cosa anda mejor, no volvamos. 

Acá no nos dejan votar, porque aunque vivimos acá no tenemos nacionalidad española. Allá no nos dejan votar, porque aunque somos uruguayxs, no vivimos allá. 

Acá nos odian por nuestro acento sudaka. Allá porque dicen que nos agallegamos. 

Acá somos -supuestamente- quienes vinimos a robarle el trabajo a lxs españolxs. Allá somos lxs cagonxs que no se quedaron para enfrentarse a la realidad de no tener trabajo. 

Acá somos la gentuza del sur. Allá la gentuza que se cree del norte. 

Acá somos la diana por ser pobres. Allá porque creen que dejamos de serlo. 

Acá nos odian porque mandamos remesas a nuestro país. Allá ni nombran este hecho. 

Acá nos odian porque dicen que no nos integramos y hacemos guetos con gente de nuestro país. Allá dicen que perdimos nuestras buenas costumbres, que pasamos de nuestra gente, que rompimos vínculos, que no nos importa Uruguay. 

Acá nos odian porque -por ser pobres- muchas veces nos juntamos muchxs a vivir en un mismo apartamento. Allá nos odian porque piensan que acá vivimos en chalets. 

Acá quieren hacer cada vez más duro el quedarse. Allá les importa tres pepinos lo duro que fue irse. 

Acá hacen leyes desde y para la exclusión de lxs migrantes. Allá practican la exclusión discursiva: "No opines. Vos te fuiste". Porque acá no somos de acá, y aunque estamos acá no formamos parte de nada. Y allá no formamos parte porque no estamos, y da igual si alguna vez fuimos de allá o aún sentimos que somos de allá. 

Acá nos odian porque vinimos. Allá porque nos fuimos. 

La derecha racista y fascista sólo tiene una patria: el odio.

Pero yo tengo muchas patrias. 

Mis patrias son mis amigas del barrio de mi infancia, el escaldón y el mate amargo, las folías, la cumbia, la milonga, la calima canaria y la lluvia montevideana, mis abuelas y mis amantes, todxs mis compas de trincheras, el Atlántico desde sus dos costados, la roca volcánica, la fuerza superviviente de mi vieja, la sonrisa de mi hermana, la murga, el olor a pasto recién cortado, los deditos chiquitos de mi sobrino, la moña azul, el árbol del Paraíso y los tajinastes, la amabilidad canaria, la complicidad uruguaya, la espuma que dejan las olas inmesas en la costa canaria que extraño cada vez que voy a Uruguay, y el horizonte uruguayo infinito de arena blanca que extraño desde el primer segundo de vuelo de aquel avión que me rompió el corazón para siempre. 

Así que VÁYANSE AL CARAJO.

Mis patrias están en mí. Y eso no hay palabra, ley ni papel que lo borre.

Somos de aquí y de allá, Facundo.

Pese a quien le pese, ¡SOMOS DE AQUÍ Y DE ALLÁ!

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(1) Profundizar en esto merece un post aparte, pero me he encontrado con prácticas y discursos racistas en Uruguay con lxs inmigrantes, muy parecidos a los que sufrimos lxs migrantes uruguayxs en España.
(2) Me he encontrado estos discursos en innumerables foros de internet, debates en noticias, memes, redes sociales, etc. 

lunes, 10 de junio de 2019

Salvador Sostres: un gordo y dos armarios.

[Magdalena Piñeyro]

El viernes 7 de junio me llegó un mensaje del último gordo de la faz de la Tierra que esperaba que se pusiera en contacto conmigo: Salvador Sostres. Me comentó que estaba escribiendo para el ABC sobre mi libro “10 gritos contra la gordofobia” y que quería entrevistarme ese mismo día. “Dios me pille confesada”, pensé. 

Lamentablemente, mi vida laboral no se adapta a los ritmos frenéticos de los periodistas y sus medios de (in)comunicación, por lo que no pude hablar con el susodicho escritor. Sentía, de todas formas, que daba igual lo que tuviera para decir: no sé cómo, pero Sostres había dado conmigo y con el activismo gordo, y seguro iba a por nosotros. Casi lo podía ver con el hacha afilada en mano dándole al teclado.

Sin embargo, resultó que estaba un poquito equivocada. Grata fue mi sorpresa cuando otro periodista me envió el artículo y me encontré con que Sostres había usado apenas un cuchillito de margarina contra nosotros. Todavía no sé si sentirme halagada u ofendida, es el tipo de contradicciones que genera gente como él, pero quiero pensar que nuestro activismo le removió algo adentro del niño gordo que estoy segura que fue.

En cualquier caso, me pareció oportuno compartir algunas cuestiones respecto a su texto que, a mi modo de ver, hace aguas. Conste que lo que él exponga sobre mi persona en concreto me la refanfinfla, pero a través de mí se está metiendo con un activismo que llevamos a cabo miles y miles de personas gordas en todo el mundo, las cuales no sólo estamos hasta el gorro de que intenten callarnos con la excusa de la salud, también estamos hartas de ser el hazmerreír en el grupo de amigos, marginadas del mundo productivo, excluidas del mundo sexoafectivo, invisibilizadas en la cultura, acosadas en el colegio e insultadas en la calle. 


Cifras y falacias de autoridad

Se conoce como “falacia de autoridad” aquel argumento que se intenta hacer pasar por verdadero sólo porque quien lo emite tiene autoridad. Es utilizado, sobre todo, cuando el argumento en sí mismo carece de ella. Para jerarquizar mi voz frente la autoridad médica, Sostres obvió información sobre mí (mi formación académica, mis investigaciones, mi activismo) para poner por encima de mí a una doctora que él define como experta en dietética y nutrición. Tal doctora comete el atrevimiento de hablar por todos sus pacientes aseverando que trata a diario con personas gordas “y no viven ese odio ni esa humillación”, una afirmación que es sólo su opinión, no su ámbito de conocimiento, y que carecería de cualquier respaldo de no ser por que él la cita como “doctora”. Dudo, entonces, que sea una fuente fiable de información e invito a sus pacientes, por cierto, a quejarse de que hable por ellos o en su nombre. Por otro lado, y a diferencia de la citada doctora, yo no he conocido ni a una sola persona gorda que no haya sufrido gordofobia, y mi afirmación está respaldada por la comunidad STOP Gordofobia, donde ya somos más de 75.000 personas denunciando experiencias de odio y humillación.

La excusa de la salud... otra vez

Me esperaba algo más original, la verdad. La excusa de la salud está más vista que la Sagrada Familia en Barcelona. Pero nada, toca una vez más dejar claro que desde algunos activismos gordos insistimos en separar una cosa de otra por varios motivos, aunque por no extenderme aquí dejo sólo tres: 

1) Los orígenes de la gordura no sólo tienen que ver con la alimentación (medicaciones, tratamientos, enfermedades, etc. también causan cambios en el peso corporal), por lo tanto no siempre está en la dieta ni en la voluntad el cambio, pero sí puede estar en nuestra voluntad cuidar de nuestros cuerpos más allá de que bajemos o no de peso con ello.

2) La discriminación no es un aliciente de cambio, más bien al contrario, nos hunde la autoestima, nos dirige hacia la autodestrucción y borra toda posibilidad de desarrollarnos plenamente, así como de tomar buenas decisiones sobre nuestros cuerpos.

3) La gordofobia vulnera nuestra salud, nos enferma mentalmente y supone un prejuicio en la consulta médica que, en muchas ocasiones, acaba provocando errores en los diagnósticos y mala praxis médica (hemos recogido muchas denuncias en Stop Gordofobia y también existen numerosas noticias al respecto; dejo un ejemplo por aquí:https://sevilla.abc.es/andalucia/malaga/sevi-mujer-obesa-tras-gemelas-sin-detectara-embarazo-201710261548_noticia.html

Fuentes y victimismo

Es curioso el formato del artículo de Sostres, basado en otros artículos periodísticos en los que se me menciona y/o entrevista. Con esas fuentes de información no hubiera aprobado ni una asignatura de mi carrera. Quiero creer que quizás si hubiera tenido menos prisa y hubiera podido acudir a fuentes fiables de información sobre gordofobia (como la infinidad de testimonios de gente gorda en la web, mi investigación u otras que denuncian la citada discriminación, textos que apuntan a sus orígenes, raíces, justificaciones, estructura, mecanismos de actuación, espacios sociales de incidencia, etc.) se habría percatado de que no tiene sentido abogar -como hace en el cierre de su artículo- por la "no humillación de la gente gorda", sin complejizar ni analizar antes la situación, sin politizar la exclusión, estigmatización, patologización y medicalización de su cuerpo, del mío, y de todos los cuerpos gordos. ¡Ojalá todo fuera tan fácil como decir “no humillemos a los gordos”! Pero la excusa de la salud (que él defiende) va de la mano con la humillación de la gente gorda (que él detracta), la primera posibilita la existencia de la segunda.

Lo cierto es que aquello que sostiene la gordofobia es histórico, sociocultural y mucho más profundo y complejo que esa frase simplona, insulsa y carente de responsabilidad que él espeta. Y lo digo desde el hartazgo, no desde el victimismo. Sostres apunta que soy débil por refugiarme en el victimismo y convertir mi problema en mi orgullo, en lugar de insistir en el esfuerzo por mejorar y lograr mis retos, según él, adelgazar. (No)Lamento decepcionarle en cuanto a mis retos personales, pero la verdad es que no está en mi lista de intereses bajar de peso ni renunciar al placer de la comida ahora mismo, y no me cabe la menor duda de que uno de los principales retos de mi vida ha sido construir colectivamente la fuerza interior necesaria que me permite levantarme todos los días de la cama y vivir en una sociedad que grita a pleno pulmón que es mejor estar muerta que ser gorda... que ser yo. 


Los dos armarios de Salvador Sostres 

Las personas gordas tenemos dos armarios en los que nos enconden y escondemos. Uno de ellos consiste en no autodenominarnos gordas, en huir de esta palabra, pues ser gordo/gorda/gorde es considerado un insulto en la sociedad gordófoba. El otro armario consiste en sentir vergüenza de ser quien eres, pues la sociedad gordófoba aplaude tus esfuerzos por modificar tu cuerpo y premia que desees hasta el día de tu muerte haber habitado otra piel. Sostres rompió su primer armario empezando su artículo con un “Yo soy un gordo”. Aplausos. Es un paso. Pero no fue capaz de romper el segundo armario, ese con el que la sociedad gordófoba nos convence de que este cuerpo que tenemos/somos es un tránsito, un cuerpo que nunca tendremos derecho a defender ni a amar, un cuerpo que nunca será respetado y por el que nunca tendremos derecho a exigir respeto. “Hay que templarse, esforzarse y simplemente dejar de estar gordo”, afirma Sostres, iluso y poco valiente, obediente a la autoridad moral gordófoba y a la vergüenza corporal impuesta. Esa moral que exige disciplina, autocontrol y mesura, pero a la que poco le importa la calidad de lo que come la gente gorda, los tiempos que tiene para comer la gente gorda, la familia de la gente gorda, los recursos económicos de la gente gorda, la cultura de la gente gorda, los deseos de la gente gorda, qué deportes gustan a la gente gorda, qué siente subida a la balanza la gente gorda, la historia de vida de la gente gorda, las emociones de la gente gorda, las alegrías y tristezas de la gente gorda, la salud mental de la gente gorda. A la moral gordófoba sólo le importa que la gente gorda deje de ser gorda COMO SEA, así muera intentándolo en la mesa de operaciones de un quirófano. 

A esta sociedad de moral gordófoba le importa un carajo la salud de la gente gorda. Nuestra salud sólo es la excusa tras la que esta sociedad esconde su asco y repugnancia por nosotros. Y para reconocer esto y hacerle frente, cari, sí que hay que ser valiente.