Iba caminando por mi nuevo barrio, hacia
mi nuevo hogar, observando las casas, edificios y tiendas que se convertirán
pronto en una rutina visual para mí, y algo me llevó a detenerme y entrar a
husmear en la librería, mi nueva vecina de papel. Eché un vistazo general a las
estanterías sin un interés claro, y como un imán hacia el metal mis ojos se
movieron directamente hacia él: GORDO, de Jesús Ruiz Mantilla. En la portada se
puede ver a un niño gordo con cara de picarón comiéndose feliz un helado de
fresa y su contraportada anuncia lo esperado: la historia de un gordo. Acto
seguido, como buena señora desconfiada que soy, me dispuse a verificar en mi
móvil que su autor fuese gordo: no pensaba comprar un libro sobre gordos
escrito por un flaco, ¡No way baby!
Googleo entonces “Jesús Ruiz Mantilla”: “Escritor y periodista de El País…”,
vale… Vamos a “Imágenes”… y ¡tachán! Internet me devuelve un fisco de esperanza
en la humanidad: efectivamente, Gordo está escrito por un gordo… ¡Yupi!
Nunca había oído hablar de él en estos 4
años de activismo gordo ¡y eso que la novela fue publicada en el 2005! Este
detalle me trajo nuevas dudas, pero la intriga por leerlo me ganó, así que
-decidida a hincarle el diente- me lo compré igual, y lo cierto es que como
buena gorda que soy, ¡ME LO HE ZAMPADO! He devorado sus páginas como me devoro
un plato de papas fritas.
El Gordo de esta historia se llama Ramón,
iba para Monchito pero se quedó en Monchón debido a la cantidad de kilos de
existencia que siempre ha llevado a cuestas. Monchón habla constantemente de
comida. Su gusto por la misma y su cuerpo gordo (emergido en la indescifrable
frontera entre la genética y la construcción sociocultural) entretejen cada
rincón de su identidad, su personalidad e historia, siendo la gordura la gran
protagonista en su nacimiento (en el que cuenta haber reventado las trompas de
falopio de su madre con sus cuatro kilos), hasta en su profesión: nuestro gordo
es un reconocido crítico gastronómico que publica sus críticas en un periódico.
Como cualquier ser humano, Monchón tiene un amor pendiente, un trabajo con un
jefe de mierda, una madre preocupada, una infancia complicada y un amigo
cómplice. Como cualquier gordo, Monchón sufre el estigma interior y exterior
sobre su cuerpo gordo, un comportamiento inevitable en una sociedad gordofóbica que erige
al cuerpo delgado como normativo, deseable y exitoso, condenando al gordo a la
exclusión, la baja autoestima y la (auto)destrucción:
«Siempre me he visto en el límite y el límite ensancha y ensancha
sin parar, neutralizando la frontera anterior. Cuando usaba la talla 40 creía
que aquello era ya el acabose; hoy, que uso la 62, pienso lo mismo. Entre todos
me inculcaron un miedo atroz a explotar: "Vas a explotar, vas a explotar,
pero qué bruto eres, ¿otro plato? Vas a estallar". Toda aquella música
resuena dentro de mi cabeza como una letanía.»
Gordo es una novela sencilla, una historia
sencilla, probablemente incomprensible e insulsa para el lector o lectora fit,
pues su gracia y encanto radica en el desgrano de los pensamientos de su personaje principal, en la desnudez de su alma gorda, con la que el lector o lectora gord@ se sentirá identificad@: su relación con la comida, el efecto de los insultos
en el autoconcepto y autoestima, la obsesión del mundo con clavar la dieta
sobre nuestro cuerpo, el proceso mental estresante en el que nos embarcamos
cuando les obedecemos, la relación tóxica con la báscula, la desconfianza en lo
que tiene que ver con lo afectivo-sexual, el miedo a pisar una tienda de ropa,
la sensación de ser una diana hipervisible en la calle y sin embargo invisible
como ser humano, el pánico a subirse a una moto y a ocupar determinados
espacios… ¡y la salvación en la música! (esto me recordó a Rae en My
Mad Fat Diary encontrando paz en el rock). Para Monchón el último
resquicio que nos queda a l@s gord@s es la ópera, la cual ve como refugio, como
el único espacio en el que somos respetad@s protagonistas:
«La ópera es el único fortín que nos queda a los gordos para ser
respetados en ciertas artes (…) conserva nuestra autoestima en este mundo
ultramoderno y anoréxico (…) que quiere poner cadenas eternas al disfrute y
ahogar el espíritu de Epicuro, que no hacía daño a nadie, el pobre, con su
creencia ciega en el placer como forma de equilibrio social.»
En resumen, Gordo es una voz gorda entre
tanto silencio flaco, una voz bastante sarcástica, por cierto- no podía faltar
el humor característico del gordo. No es una historia grandilocuente tampoco: la
gente gorda no somos héroes ni heroínas de nada aún. En estas páginas sólo nos
encontramos –que no es poco- una historia muy parecida a la de cualquier gord@
y un pequeño tesoro que sólo nosotr@s l@s gord@s podremos apreciar: el
sentirnos, por fin, identificad@s con un personaje protagonista, con sus
virtudes y sus miserias, sus dolores y alegrías, y sobre todo: con su amor por
la comida.
Para finalizar, una crítica constructiva a
Jesús Ruiz Mantilla: el diálogo difamando a la gente vegetariana era
innecesario, querido Gordo... ¡Existimos gordivegans y todo!*
*Atención: para l@s veggies que quieran leer este libro ¡cuidado con la sensibilidad! Muchos de los platos que son descritos en esta obra implican sufrimiento animal. Está claro que nadie es perfecto.
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